Lo he dicho en muchas ocasiones y lo reitero ahora: en México el ciudadano no cuenta. Como me escribió un lector: “Somos un pueblo que a todos les importa un bledo. No es una exageración, es lo que pensamos todas las personas que caminamos por las calles y vivimos la realidad, no los discursos”.

Durante dos años ha estado en obra la carretera México-Puebla, durante los cuales a ninguna autoridad se le ocurrió que los pobladores de la zona tenían necesidad de ir a sus escuelas y trabajos, a sus compras, trámites, asuntos y encargos y volver a sus casas y simplemente los dejaron incomunicados, sin puentes ni pasos peatonales y a ver cómo le hacen.

Ellos aguantaron. Hasta que no pudieron más y decidieron bloquear la flamante autopista. Y entonces, fueron los otros ciudadanos, los que tenían que ir a sus escuelas y trabajos, a sus compras, trámites, asuntos y encargos y volver a sus casas, los que pagaron las consecuencias y se quedaron varados durante ocho largas horas.

Sólo cuando la cosa se puso tan caliente, aparecieron funcionarios, ahora sí, a prometer que lo resolverían. ¿Qué necesidad de llegar tan lejos si todo se podía haber resuelto con sólo pensar en los seres humanos y organizar adecuadamente las cosas?

Pero, ¿por qué pensar en ellos? ¿Quiénes somos los ciudadanos mexicanos sino un cero a la izquierda, que sólo estamos allí para pagar impuestos, votar en elecciones y ser olvidados el resto del tiempo?

Por eso hay quien construye un fraccionamiento y le cierra el paso a los que viven atrás, quien se lleva el agua de toda la colonia para los edificios nuevos, quien abre una zanja para hacer un arreglo a la tubería de agua o al cableado de luz y no la vuelve a cerrar, quien pone una pluma en su calle y le vale afectar la circulación de cientos de vehículos. Y no hay funcionario a quién acudir para que resuelva este tipo de asuntos.

Un caso ejemplar de esto sucedió en 2002, cuando las dueñas de un kínder decidieron ampliar sus instalaciones sobre la vía pública, por lo cual el taller mecánico de atrás ya no podía recibir clientes, y aunque montones de veces el hombre afectado les pidió que reconsideraran y montones de veces fue a buscar a las autoridades delegacionales para que le resolvieran el problema, nadie le hizo caso y terminó enloquecido, aventando su auto encima de los niños y matando a varios.

Bueno, pues lo mismo sucedió con la Ciudad de México: soltaron todos los autos a la circulación sin importar si todo colapsaba por el tráfico o si nos morimos de contaminación. Los ciudadanos desesperados protestamos, pero nadie nos escuchó.

Y es que en México no hay forma de conseguir que alguien escuche a un ciudadano ni de que le resuelva sus problemas. Vivimos abandonados a nuestra suerte, no existe interés alguno de parte de las autoridades por atender nuestras necesidades. Para los mexicanos la vida es muy difícil por culpa de quienes deberían hacerla funcionar. Hay que enfrentarse cotidianamente con el maltrato, la ineficiencia, la corrupción, la indiferencia y de plano, el abandono.

Y a pesar de eso, aguantamos mucho: las horas en el tráfico y los años sin soluciones. Hasta que un día los desesperados bloquean una carretera, avientan un auto contra niños indefensos, se van a golpes contra los colonos de un fraccionamiento, linchan a un ladrón.

¿Seguirán las autoridades dando discursos sobre las muchas acciones que toman para mejorar la vida de los ciudadanos, cuando sería mucho más sencillo empezar atendiendo los problemas desde que se generan, sea entre comunidades o vecinos, sea en situaciones como el tráfico y la contaminación?

Por lo pronto, agradezco al presidente Peña Nieto que haya tomado en sus manos estos asuntos en la Ciudad de México, porque al gobierno corresponde resolverlos y el local, por lo visto, no supo cómo.

Escritora e investigadora de la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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