El filósofo griego Aristóteles vivió en el siglo IV antes de Cristo, y es ampliamente reconocido como el fundador de la Lógica. Esta es una parte de la filosofía que consiste en la investigación acerca de los principios del razonamiento válido o correcto, así como de los argumentos que se deben seguir para llegar a él.

Sin embargo, lamentablemente no es el caso de quien encabeza el Sistema de Administración Tributaria, a quien sus padres le dieron ese nombre tal vez pensando que nombre es destino y que al ponérselo lo convertirían en alguien con un modo de razonar válido y correcto.

Y es que en días pasados, el señor don Aristóteles Núñez, se presentó en diferentes medios de comunicación para explicar la medida que consiste en cobrar IVA a los alimentos preparados que se expenden en tiendas de conveniencia y otras.

Los argumentos que dio el funcionario para defender esta decisión no son precisamente aristotélicos: primero, dice que es una ley que existe hace quince años. ¿Por qué no la habían cumplido? ¿Y por qué ahora, luego de década y media, resulta que sí hay que cumplirla y que además le van a poner no se cuántas multas y recargos a quienes no la cumplieron?

Esto último es grave, porque hacer esos pagos las pueden llevar a la ruina. ¿Es eso lo que se pretende? ¿No es el SAT parte de un gobierno que asegura que hay que apoyar a los que quieren sacar adelante sus negocios, y más todavía, que asegura que a las personas les conviene dejar la informalidad y entrar en la legalidad, todo lo cual se contradice con lo que van a hacer ahora, que les muestra que estar dentro del sistema es peligroso para su supervivencia?

Pero el segundo argumento es el peor, pues según el señor Núñez, se trata de una medida justa de acuerdo al siguiente razonamiento: la comida en estado natural no causa IVA para “proteger la economía de las clases desfavorecidas”, mientras que la comida preparada sí lo causa. Estas palabras fueron textuales en una entrevista en la televisión en la que, como todos nuestros políticos, se llenó la boca con el apoyo a los pobres.

Sólo que da la casualidad que la cosa es exactamente al revés: quienes compran carne y brócoli y manzanas son precisamente los que sí tienen recursos y quienes compran en la tienda de la esquina un taco, un sándwich o una sopa para calentarla en el microondas de la misma tienda y comerlo sobre la banqueta, son los albañiles y los burócratas más pobres.

Si eso lo sé yo, seguro que lo sabe también el jefe del SAT, sólo que por alguna razón se le olvidó.

Y esa razón puede ser que esos albañiles, burócratas, y otros asalariados pobres no están organizados y no podrán salir a la calle a cerrar avenidas y quemar edificios para protestar por esta medida absurda y por eso es a quienes más se les encajan nuestros funcionarios.

El SAT acaba de cumplir 18 años de existencia. El único que lo celebró fue el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, quien reconoció que para los ciudadanos no es una institución “agradable y amistosa”, sino de hecho lo contrario.

Tiene razón el secretario, los ciudadanos no queremos al SAT. Pero no es por lo que él dice, no es porque quisiéramos no pagar impuestos. Para nada. Todos sabemos que eso es necesario para sostener al país. La razón del disgusto es por el tipo de institución en que se ha convertido: una que encuentra la manera de favorecer a los ricos (les condona impuestos o multas, les devuelve sobrantes), mientras que a los ciudadanos de a pie nos amenaza, persigue, maltrata. Y francamente, no es necesario que así sea, podría ser por completo otra cosa. Pero para eso, lo primero que se requiere es que los funcionarios aprendan que la lógica no es solamente el nombre de una materia que se enseñaba en la preparatoria, sino un modo de aprender a pensar correctamente, que además, va junto siempre con la ética.

Escritora e investigadora en la UNAM.

sarasef@prodigy.net.mx

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