El 12 de diciembre, en Los Pinos, la señora Elia del Carmen Gutiérrez, viuda de don Rodolfo Stavenhagen, recibió, de manos del presidente de la República, Enrique Peña Nieto y del presidente de la CNDH, Luis Raúl González Pérez, el Premio Nacional de Derechos Humanos conferido post mortem a su marido.

Stavenhagen murió a los 84 años de edad, apenas el pasado mes de agosto. El Premio tiene un valor simbólico muy poderoso. La figura de Stavenhagen es en sí misma un emblema, pues refleja a un niño que llega a México como refugiado, tras haber huido junto con su familia de la persecución del régimen nazi. La CNDH tuvo el acierto de otorgar la mención honorífica este año a Sharon Zaga Mograbi, directora del Museo de la Memoria y Tolerancia. Sin duda, la vinculación de ambos reconocimientos es un mensaje en sí mismo, pues la llegada de Stavenhagen a México se deriva de la más asquerosa persecución de que se tenga memoria, de lo que el Mueso da cuenta de manera desgarradora.

Dicho sea de paso, me pronuncio por el cambio de nombre de ese extraordinario museo. La “tolerancia” es algo así como el mínimo requerido a la diferencia; es como decir, no te respeto, pero te tolero, y no quisiera que existieras, pero me aguanto. Preferiría que el museo se llamara “de la Memoria y el Respeto”. Hace poco un querido amigo me contó que alguien le dijo que había quienes tenían “tolerancia excesiva” hacia quienes quieren casarse con alguien de su mismo sexo. Nada más inhumano que la idea de “tolerancia excesiva”, pues quiere decir que quien tiene esa idea, se siente “superior” y ni siquiera cree que su homofobia esté mal, ni que las personas que quieren un matrimonio igualitario merezcan ser toleradas, ya no se diga respetadas o aceptadas. Las expresiones de odio recientemente vertidas en las redes sociales respecto de la atroz agresión a Ana Gabriela Guevara son una muestra de esta atmósfera de intolerancia y rencor hacia una persona humana, que en sí misma es valiosa y respetable (no simplemente tolerable), porque tiene dignidad, independientemente de que sea senadora, motociclista, velocista, medallista, mujer o lesbiana.

Por otro lado, la figura de Stavenhagen, quien se lamentaba de no tener ascendencia indígena americana, es un emblema de la promoción y defensa de los derechos humanos de los pueblos indígenas durante toda su vida. Fue el primer relator de la ONU en este tema. Tuve el gran honor de coincidir con él en las reuniones anuales de relatores que se celebran en Ginebra. En aquel entonces, por ahí de 2006-2009 los relatores mexicanos éramos “mayoría relativa”, pues éramos tres. Stavenhagen, Jorge Bustamante y yo. Siempre me sentiré orgulloso de haber coincidido con esos dos compatriotas tan respetados en el sistema de relatores de derechos humanos de la ONU. Stavenhagen no solamente era respetado; sin exagerar, entre quienes trabajaban con él, era venerado. Pero, lo más importante, los destinatarios de su trabajo, las comunidades de los pueblos indígenas que visitó y atendió durante su mandato, reconocían el gran valor de su trabajo (aunque él mismo manifestaba frustración de los magros avances que podían lograrse).

Stavenhagen fue un defensor valiente de los derechos humanos. En su discurso, el presidente de la CNDH dijo lo siguiente:

“La aplicación de la ley se ve, en una concepción por completo errónea, como antagónica del respeto a la dignidad humana, llegando a identificar la promoción y defensa de los derechos humanos, equivocadamente, como un obstáculo para la aplicación de la justicia o una vía para perpetuar la ilegalidad. Descalificar a los defensores de Derechos Humanos por defender la dignidad de las personas, es descalificar que podamos vivir en un Estado democrático de Derecho, cuyo eje sea la vigencia de esos derechos.”

Al que le quede el guante, que se lo plante.

Presidente del Comité contra las Desapariciones Forzadas de la ONU.
@CORCUERAS

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