Hablar de la Universidad nos conduce invariablemente a pensar en la pluralidad, diversidad y la riqueza de la sociedad mexicana, de nuestra nación multicultural que bien puede ser comprendida como el hermoso, colorido y complejo mosaico, compuesto de diferencias e identidades, que fue plasmado por Juan O’Gorman en los muros de la incomparable Biblioteca Central de Ciudad Universitaria. Un mosaico donde convergen las culturas raíces de nuestro pueblo mestizo con la historia de la ciencia universal y los más altos valores humanos.

Cuando hablamos de la UNAM no podemos dejar de referirnos al carácter universal, plural y diverso de su esencia y su estructura pues en ella convergen y se enriquecen unas a otras todas las formas del saber, de las expresiones artísticas y las innovaciones tecnológicas. En ella la vastedad de los caminos del conocimiento se encuentran y atraviesan, las distintas visiones del mundo y sistemas de creencias dialogan e, incluso, en sus campus podemos inspirarnos al admirar, a un mismo tiempo, las más diversas hazañas deportivas, científicas y sociales.

Pero la Universidad es aún más grande que esta esencia universal suya, su verdadera riqueza y potencialidad está en el cuerpo orgánico, complejo, articulado, en continuo desarrollo y multiforme que constituye su comunidad. Nuestro filósofo Luis Villoro afirmaba que desde que las universidades nacieron su sentido más profundo no ha cambiado: el generar una comunidad de personas libres que deciden abrazar un mismo fin y hacer de ese fin colectivo, aquello que le da sentido a sus vidas. El fin colectivo de una universidad es fundamentalmente el conocimiento y el que sus integrantes, en conjunto y por separado, alcancen la más alta calidad en la docencia, la investigación y la extensión de la cultura para rendirle un servicio a la sociedad de la que forman parte.

Una de las particularidades de la comunidad unamita es que funciona internamente gracias a su organización en cuerpos colegiados desde donde se conciben los medios para reflexionar el papel que la UNAM debe jugar; los qué, los cómos y los hacia dónde deben apuntar sus programas y planes de estudio, y, entre otras cosas, los modos en que hemos de evaluar el trabajo académico en busca de superar las propias expectativas de manera sistemática y permanente —aspecto fundamental de todo sistema educativo pues, sin evaluación, el edificio de la educación pierde su piedra clave—.

Por otra parte, la comunidad de la UNAM se caracteriza por su diversa pluralidad, por ser un caleidoscopio donde distintas formas de pensamiento dan lugar a los más variados sistemas de ideas y convicciones. Y es desde aquí que, en estos días, la comunidad de la UNAM ha dado una muestra ejemplar a toda nuestra nación de madurez cívica, inteligencia, altura de miras y moralidad al llevar a cabo una activa y respetuosa participación política en el actual proceso de designación de su nuevo rector o rectora. Por ello, hoy como siempre, pero de forma renovada, me siento orgullosa de pertenecer a esta comunidad comprometida con el futuro de su Universidad, esperanzada, entusiasta, tolerante, incluyente, abierta al diálogo, ávida del debate crítico de las ideas. En pocas palabras, fiel al espíritu universitario que se muestra en la capacidad de hablar y de escuchar alternativamente, en el saber dialogar y enriquecerse a partir de la alteridad, en el crecer junto al otro con el que nos relacionamos intelectualmente al departir, debatir y compartir.

Es evidente que en un universo tan amplio, y en un momento tan álgido como el que vivimos, se pueden dar y se han dado voces que desentonan, pero la armonía general es digna de resaltarse. Al final del día, y esto se ha hecho evidente, lo que buscamos todas y todos es un mismo fin: el bien de la UNAM y seguir contribuyendo como universitarios al desarrollo y al proceso civilizatorio de México. Por ello equivocan su enfoque las voces que, desafinando, creen ver o quisieran ver polarizaciones, escisiones y fisuras al interior de nuestra comunidad.

Es mediante el apego a la causa universitaria y a sus más altos valores de quienes amamos a la UNAM —que nos contamos por millones— que la institución perdura y se fortalece.

Pasarán los años, cambiaran generaciones y la UNAM seguirá ahí. De esto estoy segura.

Directora de la Facultad de Ciencias de la UNAM

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