Cuando el más fuerte se pone bravucón siempre busca a quien agarrar de “puerquito”. No puede con todos, así que demuestra su poder sobre alguno, que sea el chivo expiatorio.

El “puerquito” pasa por una situación difícil. La tentación de asumirse como víctima y jugar el rol es reacción automática. Sobre todo porque no hay salida rápida ante la desproporción de fuerza.

Nuestro país ya fue colocado ahí por el irresponsable y megalómano presidente de EU. Desde la campaña electoral caímos en el juego de manera absurda y casi igual de irresponsable.

Corresponde ahora “sacar la casta” y salirse de ese lugar. Pero no será fácil. No hay solución simple ni rápida. No es fácil porque tenemos de entrada muchas debilidades. Y también porque no hay consenso de qué se debe hacer. Tres posiciones esquematizan nuestro disenso:

a) La negación. Hay muchos que piensan que no es tan grave. Justifican su posición amparados en la fortaleza de las instituciones democráticas de EU, en los “pesos y contrapesos” que allá son más efectivos. También se amparan en la magnitud y diversidad de intereses económicos entrelazados que es imposible desmontar por decreto.

Hay razón, pero se equivocan. Es probable que por violar leyes, al final Trump no termine su gobierno y sea defenestrado como Nixon. También es factible que sus decisiones arbitrarias sean litigadas en la OMC, en la Corte de La Haya o incluso ante los tribunales de ese país. El problema es que el proceso será largo y mientras tanto padeceremos mucho más. No basta.

b) La prudencia. Hay muchos que piensan que el riesgo de actuar precipitadamente es mayor. Que la defensa puede incrementar la agresión. Por no provocar en la práctica se quedan en la pasividad. Esta posición parece ser la posición mayoritaria del gobierno. No sirve tampoco, porque deja todo en manos del adversario.

No se puede minimizar la amenaza ya realizada. No importa qué tanto se cumpla. Cuando el bravucón vocifera “te voy a matar”, uno no puede asumir que ganó si al final solo salió con varias fracturas y conmocionado de la golpiza.

El estilo de Trump es el show mediático. Es un personaje de redes e imagen. No requiere “cumplir” su amenaza al pie de la letra, basta que la emita y luego solo amague y avance un poco. Los tuits frenan exportaciones y expectativas de inversión en México, aún antes de iniciar cualquier “renegociación” del NAFTA. Basta su amenaza para inhibir la migración y producir el regreso temeroso de muchos compatriotas sin documentos.

c) La confrontación. En el ánimo nacional hay muchas personas que les encantaría una confrontación con “los gringos”. Sentimientos profundos de revancha, envidia y victimización alientan esta respuesta. Las redes están infestadas de mentadas contra Trump. Lástima que tampoco sirven.

La respuesta que necesitamos es compleja y diversificada. Es política, económica, cultural y diplomática. Requiere liderazgo. Y sobre todo debe estar sustentada en una “autoestima” colectiva muy sólida. Construir esa autoestima es una tarea urgente. Es factible sólo si superamos la victimización. Y si asumimos nuestra tarea frente a la corrupción, la impunidad y la desigualdad extrema. Ese es el acuerdo que México necesita.

El gobierno no tiene condiciones ni interés de impulsar este ejercicio de dignidad nacional. Los partidos políticos querrían hacerlo, especialmente quienes son presuntos candidatos, pero no ayudarían mucho y tendrían poco que aportar.

Es tarea desde la sociedad: universidades, iglesias, organizaciones profesionales, cámaras empresariales, organismos civiles, movimientos sociales, medios de comunicación, líderes de opinión. Entre todos y desde abajo. Con diversidad y pluralidad. Con horizonte común y altura de miras. ¿Quién le entra?

Consultor internacional en programas sociales

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