“Yo no sé mañana, si estaremos juntos, si se acaba el mundo”, dice una pegajosa salsa de Luis Enrique. Y viene al caso porque la elección en EU genera dudas e incertidumbre sobre el futuro. Hay demasiado en juego. Y visto desde México ya perdimos algo, aunque puede ser aún peor.

El discurso antiMéxico como slogan de campaña ha calado. Y genera atracción para millones de personas en EU. Eso es muy grave. Aunque no gane mañana. Esa agenda y las “ideas” del candidato seguirán presentes por años y tendrán repercusiones. Llegaron para quedarse.

De hecho, Trump, aun perdiendo, tiene recursos propios para mantenerse activo con sus “propuestas”. Seguirá impulsando su agenda aún con mayor libertad y vehemencia. Y lo más peligroso es que vendrán otros candidatos, menos burdos y con menos negativos personales, que podrán conectar con ese electorado a partir de lo sembrado en esta campaña.

Enfrentar esa agenda desde México requiere lucidez y dedicación. Aunque el tono tan agresivo y burdo de Trump y sabernos espectadores a la distancia de la elección, motivan a buscar salidas de desahogo en el humor o el insulto, eso carece de efectividad. Necesitamos defendernos allá, pero para eso también necesitamos resolver nuestros asuntos aquí.

No por EU, sino por nosotros. Para tener un México más fuerte hay que resolver al menos, la debilidad de las instituciones frente a la corrupción, frente a la violencia y frente a la pobreza. Un país fuerte en su capacidad productiva, con un comercio de casi mil 500 millones de dólares al día con EU no puede ser rehén de sus debilidades institucionales.

México requiere construir consensos para avanzar más rápido en reformas estructurales democráticas. El Sistema Nacional Anticorrupción fue un muy buen primer paso. Falta su instrumentación nacional y local. Y ya estamos presenciando intentos locales de evitar que funcione en la práctica.

Avanzar frente a la violencia y la debilidad de las instituciones de procuración de justicia, también marcadas por la corrupción, es indispensable. De continuar las violaciones flagrantes de derechos humanos seguiremos siendo “nota roja” en los medios internacionales. Y los discursos tipo “Trump” tendrán asidero.

Y sobre todo resulta urgente un cambio drástico frente a la pobreza y la desigualdad. La economía es débil si la mitad de la población carece de ingreso suficiente para adquirir lo más básico. O peor, si 10% de la población (12 millones de personas) concentra la mitad del ingreso y el restante 90% (108 millones ) tiene la otra mitad, como dice un reciente estudio de investigadores del Inegi.

Necesitamos una nueva perspectiva. La pretensión de enfrentar la pobreza con programas sociales es insuficiente. Si además estos programas están dispersos los resultados se limitan. Y si a esto se agrega el sesgo clientelar y la opacidad, tenemos una explicación su- ficiente de porqué no se logran reducciones sustanciales de pobreza como en otros países de América Latina.

El reto central es la precariedad del ingreso. Por eso frente a la pobreza se requiere una mirada de política económica, lo social no es suficiente. El crecimiento económico por sí mismo no reduce la pobreza. Crecer es imprescindible, pero no basta.

La “unidad nacional” del tiempo del autoritarismo no existe más. Requerimos instituciones democráticas sólidas, que funcionen bien frente a corrupción y violencia y políticas de equidad y cohesión social, que cierren brechas de desigualdad y logren reducir la pobreza. Así podemos transitar mejor en este escenario global. Y así tendremos mejor mañana.

Consultor internacional en programas sociales.

@rghermosillo

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