Donde las dan, las toman. Mientras Donald Trump se empeña en edificar todo genero de muros que dividan a la humanidad, en California crece un movimiento, “Yes California”, conocido como Calexit, en favor de la independencia del estado. Circula un mapa en donde aparece esa entidad separada del resto de la Unión con una flecha hacia el Pacífico, bajo un título elocuente: “mientras ellos van a la derecha, nosotros vamos a la izquierda”.

A pesar del error histórico de la entrega de los Oscar —que evidenció la intención de premiar a un film multirracial— la ceremonia fue una acerva crítica a las políticas xenófobas. Me recordó aquellos días en las Naciones Unidas, cuando éramos asolados por el racismo y numerosos miembros del cuerpo diplomático protestamos enérgicamente. Se nos respondió que podíamos irnos cuando quisiéramos de Nueva York, a lo que replicamos que nos trasladaríamos con todo gusto a San Francisco, ciudad donde se firmó la Carta de la organización. Dije entonces que la ciudad huésped era cosmopolita pero no universal, porque estaba fragmentada por “muros invisibles, pero invencibles”.

Ahora surge una iniciativa californiana, a partir de la manifestación de enero, llamada “No es mi presidente”. Propone la organización de un referéndum, al que ya dio curso legal el procurador del estado y que tendrá que reunir seiscientas mil firmas de electores. Pretende rebasar el torcido laberinto de la democracia representativa estadounidense y volver al concepto original de soberanía. Se trata de eliminar la Sección I del artículo III de la Constitución para que se realice un voto plebiscitario para que los californianos decidan si quieren erigir un “país libre, soberano e independiente”.

Los promotores argumentan que “los valores de la nación ya no coinciden con los del estado”. Denuncian que a pesar de ser responsables del 15 por ciento del PIB de Estados Unidos, sólo tienen el 2 por ciento del voto. Aseguran contar con posibilidades económicas sobradas y una población sustentada en la migración que les otorga una identidad propia y les permitiría subsistir con sus propios medios. Posición que comparte ya más de un tercio de la población californiana.

Son la primera economía de Estados Unidos y si fueran un país serían el sexto a nivel internacional. Capital mundial de la innovación tecnológica y comunidad multiétnica y pluricultural. Primer lugar en la generación de empleos, alberga al mayor número de “ciudades santuario” y se enorgullece del combate cotidiano contra el racismo. Entidad poblada por cerca de 40 por ciento de hispanoparlantes, con lo que otra flecha apunta hacia el sur. Sus soluciones económicas, particularmente en materia fiscal, han sido diametralmente opuestas a las que preconiza el Banco Mundial y el aumento de impuestos a los ricos ha sido más efectivo que los incentivos tributarios a los empresarios, lo que los coloca en ruta de colisión contra las políticas preconizadas por Trump.

La vocación progresista de California se remonta a sus luchas por los derechos laborales de los campesinos mexicanos hace más de medio siglo, pionera en la defensa de los derechos civiles de los afroamericanos, icono del repudio a la guerra de Vietnam, apasionada de la agenda lésbico-gay, promotora de la Renta Básica por el impulso de Silicon Valley y avanzada incuestionable en la legalización de la cannabis que, al parejo de la última elección presidencial, autorizó su consumo con fines lúdicos.

Confirma la tesis europea de que existen estados integrados por varias naciones y naciones que se extienden a varios estados. Basta con mencionar los casos de Quebec o de Escocia que no alcanzaron su independencia, así como los de Cataluña o Flandes en los que la intención persevera o aquellos que lograron su propósito por la voluntad soberana del pueblo, como Serbia, Montenegro, Croacia, República Checa, Eslovaquia e incluso Kosovo; para no mencionar la implosión de la URSS de la que surgieron numerosos Estados independientes.

Hace tiempo que se prevé el arribo de una nueva geografía política del mundo, más conforme con las identidades profundas de los pueblos y menos acorde con las fronteras que fueron impuestas por los dictados de las guerras regionales y coloniales. Sería el renacimiento de la “aldea global” y un nuevo cimiento para la ciudadanía universal.

Comisionado para la reforma política de la Ciudad de México

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