En la segunda vuelta de la elección presidencial en Argentina, Mauricio Macri (de la coalición derechista Cambiemos) empresario exitoso y alcalde popular de Buenos Aires, derrotó al candidato oficialista y ex vicepresidente Daniel Scioli (del frente centroizquierda), con más del 51% de los sufragios, dando término a 12 años de gobiernos kirchneristas. A pesar de la escasa diferencia el vencedor procedió a designar un gabinete integrado mayoritariamente por representantes de organizaciones civiles y religiosas de derecha, por agentes de intereses trasnacionales y por jóvenes tecnócratas.

Algunos analistas afirman que la experiencia reciente de los gobiernos progresistas latinoamericanos sugiere que estos han entrado en un momento crítico que están denominando “Fin de ciclo”, determinado en gran medida por el fortalecimiento de las tendencias neoliberales a nivel global, por la debilidad relativa de las políticas sociales compensatorias e inclusive, por escándalos de corrupción; lo que obliga a una reflexión más amplia sobre las causas e implicaciones de estos hechos en el porvenir inmediato de la región.

Sería conveniente reflexionar dentro de un espacio-tiempo más largo sobre los periodos en los que se insertaron en el poder las revoluciones y los movimientos progresistas, y en las razones que determinaron los regresos de las dictaduras y de las derechas gobernantes. Las primeras corrientes de emancipación se sitúan en los inicios de la centuria anterior, cuando nuestros países registraban una alta concentración de la tierra, dominio extranjero sobre los recursos naturales y actividades productivas y financieras, sobreexplotación del trabajo, baja cohesión social y regímenes autoritarios aparentemente modernizantes.

Es el caso sobresaliente de la Revolución Mexicana, aunque tendencias semejantes se observaron en países del Cono Sur, donde elecciones democráticas establecieron gobiernos que impulsaron reformas sociales. Dos décadas más tarde, tras la Gran Depresión, cambiaron los equilibrios políticos y las pautas económicas del mundo. Fueron los tiempos del surgimiento de la URSS, la II República Española y el Frente Popular en Francia.

La transición hegemónica, que culminaría en la Segunda Guerra Mundial, abrió espacios para los países independientes de América Latina. Fue la época de los populismos clásicos: regímenes encabezados por dirigentes carismáticos con apoyo en organizaciones de masas y un firme soporte militar. Los más exitosos: Lázaro Cárdenas en México, Getúlio Vargas en Brasil y Juan Domingo Perón en Argentina, que construyeron los más grandes Estados nacionales en la región.

La Guerra Fría y la polarización ideológica y militar entre dos bloques activaron, por una parte, los intentos revolucionarios y por otra, las dictaduras de contención. Los flujos y reflujos políticos de ese periodo van del derrocamiento de Jacobo Arbenz en 1955, hasta el de Salvador Allende en 1973; pero también de la victoria de la Revolución Cubana de 1959, hasta la Revolución Sandinista de 1979. En la mayor parte de los países esos ejercicios fueron cegados por dictaduras militares casi siempre con la ayuda externa.

El resurgimiento de los regímenes democráticos y de las izquierdas gobernantes en los comienzos de este siglo tuvo como objetivo el logro de una inserción más justa y eficiente en la globalidad. No obstante, la actual inflexión ideológica deriva de las limitaciones objetivas para la transformación de un modelo económico que impone los dictados de los centros financieros internacionales. Este viraje conservador obedece también a la escasa institucionalización de los gobiernos populares y a la pérdida de sus hegemonías por la influencia creciente de los valores consumistas fomentados por los grandes medios de comunicación.

Según Sartori las tentaciones centristas rompen con la lógica de las polarizaciones izquierda-derecha y pueblo-oligarquía que caracterizaron el surgimiento de los gobiernos progresistas. Quien se inclina a los poderes fácticos, finalmente sucumbe frente a ellos. Lo que está ocurriendo en la región es la disolución de las fronteras ideológicas de la izquierda, más interesadas en la obtención de espacios electorales y en una gobernabilidad sin conflictos que en la construcción de formas de autodeterminación que modifiquen efectivamente la correlación de fuerzas y la naturaleza misma de los regímenes políticos. En la coyuntura definitoria que vive México parece indispensable sustituir la simulación por una reflexión seria sobre los acontecimientos de la región.

Comisionado para la reforma política del Distrito Federal

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