He disfrutado la lectura de La noche de la Usina, de Eduardo Sacheri (Premio Alfaguara de novela 2016), porque es un libro generoso con sus protagonistas y con sus lectores. A los primeros los ubica en un tiempo y en un contexto de crisis política y económica —la Argentina de 2001— y, a pesar de ello, les permite vivir una aventura en la que la dignidad, el orgullo, la amistad y la lealtad son los asideros de la trama. Divertida y sin pretensiones excedidas, la novela engancha, atrapa y transporta. Cuando te das cuenta estás ubicado en la Pampa, Argentina, inmerso en la aventura de un grupo de amigos que han sido defraudados en tiempos de corralitos y devaluaciones y que, superando desventuras y derrotas, bajo el liderazgo astuto y honesto del ex futbolista Perlassi, deciden hacer justicia. Lo que te queda —al menos lo que lo quedó a quién esto escribe— es una grata sensación de revancha justa en este momento en el que el mundo se sigue poniendo feo. De ahí la generosidad de Sacheri con sus lectores: nos obsequia unas horas de diversión liviana y optimista en una atmósfera de pesimismo global fundado.

Del divertimento novelado me arrojé al horror verdadero. El libro de la premio Nobel de literatura 2015, Svetlana Alexiévich, Voces de Chernóbil (Debate, 2015), es un latigazo a eso que —incluso los ateos— llamamos alma. Obsequiando voz a los testigos de “las explosiones que destruyeron el reactor y el edificio del cuarto bloque energético de la Central Eléctrica Atómica (CEA) de Chernóbil, situada cerca de la frontera bielorrusa” y a quienes padecieron sus secuelas, Alexiévich, nos conduce por el infierno entre los vivos. Cada capítulo recoge los testimonios —plasmados como monólogos o coros, a la usanza de las tragedias griegas— de víctimas de aquella calamidad expansiva y corrosiva en el tiempo, en el espacio y en la moral de nuestro tiempo. Confieso que ignoraba mucho de lo que ahí se cuenta y declaro que no lo olvidaré jamás. Cargaré en la memoria con las consecuencias físicas de la radiación en el medioambiente y en el cuerpo de los seres humanos contaminados pero, sobre todo, con los efectos morales para la humanidad entera. El subtítulo del volumen, Crónica del Futuro, constituye una advertencia angustiosa que, como dice Laura Saldivia —quien me regaló el libro— provoca un dolor que proviene del estupor por constatar que existen situaciones inimaginables y, por tanto, imposibles de traducir en palabras.

Para saldar las cuentas llevo dos días disfrutando las reflexiones que Umberto Eco publicó en su columna La Bustina di Minerva en el periódico el Espresso durante más de treinta años. Debo a mi amigo, Ricardo Valero, el obsequio del volumen intitulado Pape Satán Aleppe. Cronache di una società liquida (La nave di Teseo, 2016). Saltar entre sus páginas para constatar la inteligencia irónica y docta —pero, en estos artículos, sin petulancias— de Eco para tratar los temas más diversos, es un lujo (y, después de leer a Alexiévich, también un bálsamo). Si, además, puedes hacerlo alternando entre los cafés del verano porteño, paseando por Buenos Aires, puedes sentirte privilegiado. Más aún si constatas que también Eco desconfiaba de Twitter, de Facebook y anexas como medios de esparcimiento y prefería cargar con un voluminoso volumen —éste tiene más de 400 páginas— para entretenerse. Sus filosas ironías sobre el uso de Twitter sumadas a sus reflexiones sobre los peligros de las teorías conspirativas deberían activar nuestras alarmas cognitivas en tiempos de flirteo político entre sujetos como Putin y Trump. Dicho sea esto para compartir alguna de las cavilaciones que me ha sugerido la lectura de las Bustine econianas.

Inspirado por las licencias de algunos otros columnistas de este —y otros diarios— en fechas decembrinas, me animé a compartir con los lectores los tres libros para despejar la mente y sacudir el alma que me han acompañado estas vacaciones. No sobra agregar que los recomiendo.

Director del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM

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