La semana pasada, el 25 de mayo, Líbano cumplió un año sin presidente. El general Michel Suleiman dejó el palacio presidencial al término de su mandato de seis años sin tener un sucesor, y así es hasta el momento.

El Parlamento celebró sin éxito 23 sesiones para elegir a un nuevo presidente; el quórum requerido de dos tercios de los miembros nunca fue logrado. La ausencia de los parlamentarios en el bloque del general Michel Aoun, el principal candidato para la presidencia, y sus aliados, los representantes de Hezbolá, están haciendo imposible que el proceso llegue a su fin. En el polarizado y verticalmente dividido Líbano y su Parlamento, es improbable para cualquier candidato representando su propio bloque, con todas sus conexiones regionales e internacionales, triunfar en una votación ordinaria.

El general Michel Aoun se considera a sí mismo el más adecuado para el puesto, teniendo el mayor bloque cristiano.

La solidaridad de Hezbolá con su candidatura le dio a ésta una dimensión regional, como una extensión del eje Teherán-Damasco-Hezbolá. Su elección inclinará la balanza en una región profundamente dividida.

Aoun no pudo convencer a sus oponentes de aceptarlo como un presidente comprometido, y el país se encuentra en un impasse.

El vacío en la presidencia se está expandiendo al Parlamento, donde los miembros cristianos consideran la elección de un nuevo presidente como una prioridad y se niegan a legislar como una forma de presión para terminar la crisis.

El gobierno, que se supone representa al presidente, como un todo, acorde a la Constitución, está dividido y polarizado y actúa justo como un cuidador, evitando asuntos sensibles y grandes decisiones, en una época en que el país está enfrentando tremendos peligros en sus fronteras y entre sus componentes, en adición a la presencia de un millón y medio de refugiados sirios, con todas sus necesidades, divisiones y desafíos.

La importancia del presidente de la República Libanesa está en que es el único presidente cristiano, no solamente en la región, sino en todo el espacio entre Europa y Australia. Es un presidente cristiano, mientras la presencia cristiana en Irak, Siria y todo el Levante se está reduciendo a un nivel alarmante.

En el reparto de poder el presidente maronita representa a todos los componentes cristianos del país, mientras que el primer ministro representa a los sunitas y el presidente del Parlamento a los chiítas. Su ausencia es una violación al pacto nacional y una amenaza al sensible equilibrio político gobernando el país desde su independencia en 1943.

Los políticos libaneses, especialmente los cristianos, están demostrando una falta de conciencia sobre la peligrosa situación para su comunidad y su papel en Líbano. Todas las llamadas de las capitales del mundo, del secretario general de las Naciones Unidas (ONU) y de las múltiples iniciativas del Vaticano para elegir a un nuevo presidente, cayeron en oídos sordos.

En una región peligrosamente polarizada, el general Aoun optó por dejar que la presidencia de Líbano se convirtiera en un rehén de la confrontación política, y en una carta en manos de los negociadores iraníes sobre su programa nuclear.

Los políticos libaneses están apostando a los resultados de las negociaciones entre Irán y el 5+1 que, suponen, tendrá sus efectos en varios asuntos, entre ellos el nuevo presidente de Líbano.

Es una actitud patética e irresponsable por parte de una clase política que solía aceptar la “influencia” de sus vecinos, o de grandes potencias. Ellos expresan su quiebra cuando el nacionalismo, la razón y la visión son los más necesitados en un país rodeado por el combate sirio y sus consecuencias catastróficas en dicho país y en sus vecinos.

Cuando el sentido común supone alejarse del cercano fuego desatado, los hombres jóvenes libaneses, bajo la bandera de Hezbolá, están muriendo fuera de su país para defender a un régimen en Damasco que se está colapsando.

Los aspirantes a convertirse en el presidente de su país están observando ansiosamente los acontecimientos sangrientos y, al mismo tiempo, las negociaciones diplomáticas para sopesar sus oportunidades de convertirse en el próximo presidente libanés en Baabda.

El autor fue embajador de Líbano en México entre 1999 y 2011

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