El cuento de Jack London, Ley de vida, es un clásico. No sólo porque el escritor norteamericano nos llevó a la zona del Yukón en su literatura (desde luego él había estado allí) sino porque nos pone en la circunstancia del viejo de la tribu al que dejarán atrás, ahora que el campamento se ha levantado y todos avanzan en trineos entre la nieve hacia otro enclave. Koskoosh se quedará a merced del fuego que arde junto a él. Las últimas ramas que se enciendan dictarán la proximidad de su muerte. Así ocurre con los viejos de su tribu, ocurrió con su padre y su abuelo. Ahora le toca a él. Los jóvenes avanzan, el viejo es un lastre. Los lobos lo cercan, olfatean su hora.

El cuento duele, y viene a cuento porque los viejos ya no se quedan atrás porque estorban a la tribu, sobre todo porque los modos de vida, la investigación, el trabajo en salud, han alargado el promedio de vida y por lo tanto la cantidad de adultos mayores. En estas páginas Alberto Aguilar (11-12-2015) señalaba que para 2050 los mexicanos con más de 65 años serán 20% de la población. De hecho la inversión de la pirámide ha comenzado a ocurrir. La gran pregunta es si llegaremos a tiempo para brindar (y recibir) al sector de más edad de la población la posibilidad de moverse, ocuparse, ser independiente, tener espacios sociales y preservar la dignidad. No es una cuestión nada más de tener banquetas caminables, sonido que dé el cruce a los peatones que no ven bien, parques con bancas y sin obstáculos para moverse, autobuses donde sea fácil subirse y apearse, elevadores para llegar a las estaciones del Metro. Se trata entre otros muchos aspectos que contemplen su salud y la necesidad de movimiento físico, dado que es un sector vulnerable, de que el papel en la red social, en las interacciones familiares, en el compartir de la memoria y la experiencia les brinde un sentido, los haga necesarios. Los viejos suelen percibirse como una carga, a veces también económica, demandan tiempo y el tiempo nuestro se administra (ineficazmente) entre el trabajo remunerado, las obligaciones domésticas y lo social. ¿Cómo lograr un equilibrio para que los mayores se encuentren con sus pares y disfruten algunas actividades, pero no recluirlos a la convivencia sólo con los de su edad? Necesitan (necesitamos) de los jóvenes, de las miradas y sueños de quienes están armando su vida para solazarse en la continuidad, para proponer, para sugerir, para entender un mundo que está cambiando tan rápido que los excluye. El reto tiene que ver con un aprendizaje social, con la manera en que vivamos en armonía con los mayores, en que las familias se distribuyan las tareas, en que se encuentre un lado afectivo y enriquecedor a esas tareas. ¿Por qué no dedicar alguna parte de nuestro tiempo a leer en voz alta a quienes ya no lo pueden hacer? ¿Dónde están los mecanismos sociales donde los mayores, los que les siguen y los más jóvenes puedan interactuar? ¿Quién atiende la salud espiritual de los más viejos? Me refiero a los avatares filosóficos, a las dudas, los miedos, a lo que significa ir sumando muertos, acumular olvidos, recriminar ausencias, sentirse solo.

El cuento de Jack London es triste porque el viejo tiene ganas de que alguien mire atrás. Que su hijo de pronto diga “voy por mi padre”, que su nieta le hubiese dejado más fuego para tener más horas donde recordar trozos de sus años jóvenes que son sorprendentemente nítidos. Morirse es una ley de vida irreversible, pero ser viejo no tiene por qué no ser un momento grato de la vida. Esa responsabilidad social, individual y familiar es una conversación pendiente. No debemos tardarnos tanto que no sepamos qué hacer con una sociedad donde habrá menos niños y más viejos, donde nosotros mismos resintamos el abandono de los demás, de los planes urbanos, de pensiones, de salud, de afecto. Para con los de más edad el asombro nos debe seguir conectando. Es una estación a la que llegaremos (o llegamos ya). ¿Cómo ha sido su vida, cómo ven este momento del siglo, qué sueñan, y qué soñaron? No es posible clausurar el derecho a la dignidad, a la felicidad y a compartir.

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