Justo cuando todos los titulares, todo el foco mediático y la atención de Occidente se concentran en los riesgos y amenazas procedentes del Medio Oriente, Kim Jong-un regresa a escena para recordarnos que, en materia de guerras psicológicas y guerras de nervios, él también es un joven maestro. Al anunciar su cuarto ensayo nuclear, Pyongyang señaló dos elementos que pusieron a muchos a temblar: (1) Según las autoridades norcoreanas, la bomba, en esta ocasión era de hidrógeno, no de uranio o plutonio, y (2) El dispositivo nuclear ya había sido miniaturizado, condición indispensable para posteriormente montarlo en un misil y enviarlo a algún objetivo. Estos dos elementos guiaron la mayor parte de las conversaciones durante los siguientes días tanto en medios de comunicación, como entre expertos y analistas. La razón no es difícil de entender. En caso de verificarse, Pyongyang habría incrementado su capacidad nuclear de manera dramática e imprevista. Sin embargo, no habían pasado muchas horas cuando Seúl y Washington intentaban revertir la narrativa, y, buscando restar intensidad al golpe psicológico que el joven Kim había ya asestado, indicaban que, de acuerdo con los primeros análisis, la bomba no era de hidrógeno y era mucho menos poderosa que lo que se había indicado. La gran pregunta es si a pesar de ello el régimen norcoreano se estaba saliendo una vez más con la suya.

Toneladas de tinta han sido derramadas en los últimos días, detallando las diferencias técnicas entre las bombas de hidrógeno y las bombas de plutonio o uranio. Baste simplemente rescatar que una bomba de hidrógeno es tecnológicamente mucho más complicada de lograr y tiene mucho mayor potencial de daño que una bomba de uranio o plutonio, con lo que, si acaso se confirmara lo que Pyongyang anunció, en solo tres años ese país habría escalado notablemente sus capacidades nucleares y estaría ya al lado de las máximas potencias del planeta en esa materia. Ello es relevante porque a pesar de sus continuas amenazas de lanzar armas atómicas contra sus enemigos, hasta el 2013, Pyongyang solo contaba con dispositivos o artefactos nucleares, no contaba con una bomba miniaturizada, montable en un misil para ser enviada y detonada en su objetivo. Por lo tanto, su poder disuasivo estribaba esencialmente en mostrar que estaba caminando hacia esa meta, y que, de seguir progresando, dicho fin sería tarde o temprano alcanzado. En el discurso norcoreano, esa meta -al menos parcialmente- habría sido lograda esta semana.  Sin embargo, la mayoría de los análisis coinciden en que los reportes norcoreanos han sido deliberadamente exagerados. Factores como la magnitud del sismo ocasionado por la explosión parecen indicar que la fuerza del dispositivo nuclear detonado por Pyongyang el 7 de enero, apenas se acerca a la del último de sus ensayos, ocurrido en 2013. Pero entonces, ¿cuál es la lógica que mueve esta nueva prueba nuclear? y, ¿qué podría estar pretendiendo Kim Jong-un con exagerar la naturaleza del ensayo?

Lo primero que hay que entender es que el norcoreano es un régimen que se autopercibe bajo constante amenaza de desaparecer, más aún tras el fin de la Guerra Fría, o cuando en 2002 es incluido como parte del “Eje del Mal” por Bush. Por consiguiente, la lógica primaria que mueve sus acciones tiene que ver con garantizar su propia supervivencia y asegurar el pleno control del país. En la visión del régimen, la capacidad nuclear otorga a Pyongyang la herramienta disuasiva necesaria para impedir el ser atacada y para conseguir un trato distinto por parte de enemigos y aliados. Para mantener e incrementar ese poder disuasivo, Corea del Norte necesita continuar demostrando que tanto su programa nuclear como su programa de misiles siguen avanzando. Adicionalmente, este tipo de ensayos normalmente tienen un componente interno. Mediante la exhibición de fuerza, el joven Kim manifiesta que tiene el control del régimen en su totalidad y lo hace solo unos meses antes del 7º Congreso del Partido de los Trabajadores, congreso en el que se espera Kim consolide su poder de manera definitiva.

La clave entonces no necesariamente se encuentra en la magnitud de la explosión o la fuerza de la bomba, sino en el mensaje transmitido. Ese mensaje consiste esencialmente de los siguientes elementos: (1) Tanto el programa nuclear como el programa de misiles norcoreanos siguen vivos y se mantienen progresando, (2) Pyongyang deja en claro, una vez más, que su proyecto atómico no está sujeto a negociaciones. El monto del progreso es menos relevante que el hecho de que transcurridos los años, Kim no está dispuesto desactivarlo, por lo que, ya sea que Pyongyang haya conseguido miniaturizar una bomba hoy, o lo consiga dentro de algún tiempo, el efecto disuasivo persiste. De hecho, incluso si Corea del Norte estuviese aún lejos de la bomba de hidrógeno, el haber colocado el tema en la agenda, señala que la intención es no detenerse en conseguir cada vez mayores capacidades atómicas, (3) Las pruebas nucleares continúan a pesar del aislamiento diplomático y las sanciones a las que el país ha sido sometido, y seguirán adelante sin importar cuántas sanciones más le sean impuestas.

Un factor adicional es que a Kim Jong-un no parece importarle la reacción de China, su máximo aliado y sostén. Al margen de la magnitud de la explosión, China ha quedado nuevamente enfurecida por este ensayo nuclear. Estas aventuras de Pyongyang, por un lado, incentivan una mayor presencia de Washington en la zona, cosa que Beijing no desea, y por el otro, incrementan la carrera armamentista que ya se viene dando desde hace años en esa región. Japón sigue avanzando ya no solo en capacidades defensivas, sino ahora también ofensivas. Del mismo modo, en Corea del Sur, el debate en cuanto a la necesidad de adquirir su propia bomba atómica ya se existe desde hace tiempo, pero tiende a intensificarse tras ensayos nucleares como el que vimos esta semana. Todos estos son factores que China no desea en sus cercanías, mucho menos cuando está enfrentando otro tipo de retos geopolíticos como las disputas con sus vecinos en sus mares colindantes.

Sin embargo, Kim le ha tomado la medida a Beijing. Porque a pesar de su enojo, China tampoco puede darse el lujo de permitir la desestabilización del régimen y con ello, la posibilidad de que Corea del Sur se le suba hasta las fronteras. El líder norcoreano sabe que cuenta con un amplio margen de maniobra. Por eso, cuando se responde con acciones de represalia en su contra, normalmente Pyongyang escala la espiral y la guerra de nervios. Así que, hidrógeno o no hidrógeno, la realidad es que tanto los enemigos de Corea del Norte como la comunidad internacional cuentan con pocas opciones para responder. Todo parece indicar que Obama se tendrá que llevar a casa la “paciencia estratégica” con la que propuso hace años atender la cuestión norcoreana, porque el niño Kim le salió más irreverente de lo que originalmente se pensó.

Twitter: @maurimm

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