Cuando el 11 de septiembre del 2001 nos enteramos que tres aviones de pasajeros eran usados como proyectiles contra las torres gemelas y contra el Pentágono, el dólar sufría una dramática devaluación de 7% en contra del oro en solo dos horas. Esa misma jornada, nuestro Peso perdía casi 2% frente al mismo dólar devaluado. Quizás, pensando estrictamente bajo parámetros lógicos, se podría argumentar que si Estados Unidos era quien sufría los atentados, y los mercados estaban previendo que ello iba a terminar repercutiendo sobre las finanzas y la economía de ese país, entonces los inversionistas no tenían por qué haber vendido sus pesos para comprar precisamente dólares en aquél fatídico día. En todo caso, se podría decir que había refugios que representaban mejores alternativas que el dólar devaluado. Pero en circunstancias extremas como esa, lo último que hacemos es reaccionar de manera lógica. Y ese es, en parte, el error: asumir que siempre actuamos racionalmente, que siempre tomamos decisiones conforme indican las probabilidades, que elegimos cada paso que damos valorando todas las alternativas y que tenemos tendencia a escoger las mejores. En el caso griego, esos errores de cálculo parecen estar jugando un papel de enorme trascendencia.

La teoría de la selección racional procede originalmente de la microeconomía. De acuerdo con ésta, el ser humano constantemente se encuentra tomando decisiones a partir de la evaluación racional de las alternativas con las que cuenta, sopesando los potenciales costos y beneficios de las elecciones que puede efectuar. Esto influye no sólo en cuanto a qué productos decidimos comprar, sino entre muchas otras cosas determina temas como qué universidad elegimos, qué trabajo escogemos, por qué candidata o candidato votamos, qué políticas son adoptadas por los tomadores de decisiones, o bien, cómo negociamos a partir de lo que queremos obtener y lo que pensamos que la contraparte busca. El problema es que nuestra mente no siempre funciona así.

En un texto del 2012, Daniel Mc Fadden explica que la evidencia empírica que respaldaba las teorías tradicionales de la selección racional ha sido retada por disciplinas alternas como la psicología cognitiva, la antropología, o la neurología. Hay muchos factores que impactan las decisiones además de los que tradicionalmente eran tomados en cuenta. Por ejemplo, el cerebro puede estar muy cansado en determinado momento como para verdaderamente examinar las alternativas que tiene. O bien, un exceso de alternativas puede ocasionar más dificultad para que el cerebro elija la "mejor" de ellas. Por otro lado, los paradigmas actuales superan la separación tradicional entre razón y emoción. Hoy sabemos que la toma de decisiones está fuertemente afectada por lo emocional. El neurocientífico Facundo Manes, director del Instituto de Neurología Cognitiva (citado por la revista Eñe), lo expresa así: "La toma de decisiones no es un proceso lógico ni computacional. Está guiada por lo emotivo".

Así, por ejemplo, los "mercados" no siempre reaccionan de acuerdo con lo que la lógica indicaría. Esto es porque los "mercados" no son otra cosa que colectivos de seres humanos que compran, venden, ofertan y demandan. Esos seres humanos no tomamos todas nuestras decisiones empleando los libros de texto, o considerando las mejores alternativas materiales, sino desde lo que percibimos en los momentos en los que somos forzados a decidir. Y nuestras percepciones pueden estar impactadas de mil maneras diferentes.

Cuando a los mexicanos (al igual que gente de muchos otros países), por poner solo un caso, la situación financiera nos da miedo, normalmente elegimos comprar dólares. Quizás afectados por nuestra historia económica, o por lo que Estados Unidos y su moneda representan en nuestro imaginario colectivo, escogemos el dólar como nuestro refugio más seguro, aún si nos explicasen que esa moneda se fuese a devaluar como ocurrió del 2001 al 2011. No nos gustan los riesgos y por eso, porque sentimos que nos protege del riesgo, compramos dólares cuando hay problemas, aunque nos digan que Grecia está muy lejos y que su peso en la economía global no es tan importante como parece. Otros inversionistas asumen que cuando una economía emergente padece dificultades, ello automáticamente generará riesgos en otras economías emergentes, de modo que, sin importar lo que señalen los indicadores de cierto país, prefieren huir de él y buscar seguridad en los bonos del tesoro estadounidense o en algún otro sitio que les haga sentir más cómodos. Otros actores simplemente asumen que cuando se suscitan estas crisis, sin importar lo que digan los datos duros al respecto, los capitales se fugarán masivamente de las inversiones inseguras, y prefieren anticiparse y fugarse antes de que todos lo hagan, contribuyendo con ello a esa misma sensación de inseguridad que se presenta.

Las pláticas entre Grecia y sus acreedores han estado llenas de estrategias psicológicas de negociación, llenas de discursos, culpas, presión, chantajes, amenazas y gritos. También han estado llenas de cálculos fallidos, de expectativas incumplidas y de futuros que nunca llegaron. La lógica hubiese dicho que un manejo más diestro de las cosas por parte de todos los involucrados, debió haber producido acuerdos antes de llegar donde estamos, pero la lógica no siempre gana. Tsipras pareció flexibilizar su postura en la semana pero todos estaban ya muy enojados y desconfiados como para tomarlo con seriedad. Ayer, finalmente el FMI reconoció que Grecia tenía razón en pedir alivio a su deuda, pero quizás lo dijo ya demasiado tarde, cuando las cosas se han salido de las manos de todos.

El asunto de Grecia debe entenderse menos a partir de la frialdad de los números, y más a partir del calor del pánico; menos a partir de la matemática de los cálculos racionales, y más a partir del cansancio, el agotamiento, la psicología del miedo al fracaso simbólico de lo que ese país representa para la Unión Europea, a partir de la desesperación por la incapacidad política de alcanzar acuerdos. El asunto de Grecia, como muchas otras cosas en la historia, está marcado por el temor, por la incertidumbre y la irracionalidad que acaba por impactar tanto a tomadores de decisiones, como a los seres humanos que resultamos afectados por las decisiones que ellos toman.

Analista internacional

Twitter: @maurimm

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