A mi amigo Néstor de Buen que, como siempre, se adelantó.

La Constitución de la Ciudad de México no resolverá los problemas de la ciudad. No va a aligerar el tráfico, ni a lograr con su promulgación un transporte público moderno como lo exigen/merecen los ciudadanos, ni resolverá la contaminación ambiental, o cancelará medidas autoritarias como el aborrecido Hoy No Circula. Tampoco acabará con la violencia, con la corrupción e ineptitud policiaca o con el rezago judicial. No, nada de eso pasará con la nueva Constitución.

El proceso constitucional, como ocurre cuando se trata de las nuevas ideas, ha generado además de un debate, una descalificación a priori. Se escucha y se lee: ¿Para que una Constitución? ¿Para que elegir a los constituyentes de la Asamblea? ¿Para que inventar instituciones innecesarias y costosas, cuando la Ciudad está colapsada? ¿Para que gastar?

Las dictaduras lo primero que hacen es desconocer a la Constitución. Así lo hicieron Mussolini, Franco y Hitler, que abolieron la vigencia de las constituciones. Las democracias, por el contrario, lo primero que hacen es darse una Constitución. Así lo hicieron Italia en 1947, España en 1978, cuando murió el dictador, y Alemania tan pronto se reunificó en 1990.

Ninguna comunidad puede vivir democráticamente sin un marco normativo superior, sin eso que llamamos Constitución. Sí, la Constitución que se escribe con “C” mayúscula. Constituir es fundar, formar, componer, erigir. Las constituciones juegan un papel central en la vida de una comunidad. Son las que permiten asegurar que una norma suprema se convierta en el marco de actuación de los miembros de la comunidad.

En las constituciones están no sólo las formas de organización y los límites del poder frente a los ciudadanos, sino también, aun cuando no estén expresamente escritas, las aspiraciones por una vida mejor. En ella se enuncian los derechos de cada integrante en lo particular, pero también las garantías sociales de los grupos que la conforman y que deben prevalecer por encima de las primeras.

Por eso la oportunidad que se brinda a quienes serán los constituyentes de la Ciudad es histórica e irrepetible. En los decenios por venir podrá haber reformas y adiciones a la Constitución de la Ciudad de México, pero no es previsible que vaya a conformarse un grupo al que se le encargue una tarea similar. Este será para la Ciudad de México el poder constituyente del siglo XXI. Con la proporción debida, similar a la asamblea constituyente de Querétaro en 1917.

El acierto de la propuesta de Constitución de la Ciudad de México es que se apartó de las estrategias convencionales que crean constituciones. No será una Constitución otorgada, que son las que concede graciosamente el soberano al pueblo. Tampoco será impuesta, por no hacerlo así las fuerzas políticas de un país o comunidad que se la imponen al gobernante. Ni siquiera será pactada, porque no gira alrededor del consenso partidista. Se espera que sea una Constitución aprobada por la soberanía popular, la que nace de la ciudadanía misma. Por eso la convocatoria abierta para participar en su diseño.

No. La Constitución de la Ciudad de México no resolverá la inequidad y desigualdad que se padece, ni la trata de personas, ni los abusos de la autoridades, pero sin ella no habría hombres y mujeres que puedan expresarse libremente, ni sentido alguno a vivir sin la garantía de los derechos y obligaciones ciudadanas que ya existen y otros adicionales que habrán de incorporarse. Sin Constitución no habrá una Ciudad de leyes, sino una de funcionarios.

Es altamente probable, además, que esta Constitución aprobada sea una guía para los estados del país. Para que consideren la conveniencia de darse constituciones auténticas, derivadas del sentir y querer populares y no de los designios de las cabezas políticas que pretenden decidir lo que al pueblo corresponde.

Miembro del SNI. Integrante del grupo
de trabajo asesor encargado de la
elaboración del Proyecto de Constitución
de la CDMX. @DrMarioMelgarA

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