Apenas tiene 100 días que llegó al poder y Donald Trump tiene al planeta hablando de armas nucleares, misiles balísticos y madres de todas las bombas. El término “Tercera Guerra Mundial” ha sido de los más buscados en Google en los últimos días. De repente el fin del TLCAN dejó de parecernos el fin del mundo y hasta de El Fin del Mundo (con mayúsculas) se empezó a hablar.

Parece que fue hace años, pero era apenas en enero cuando Trump nos demostraba que con un tuit podía cancelar una inversión privada en México y mandar al peso a la lona. Tan duros y tupidos fueron sus ataques verbales que en cuanto dejó de hablar de nosotros hubo un enorme alivio. Muchos asomaron la cabeza y respiraron: el dólar no alcanzó los 30 pesos, el muro no se había levantado, las deportaciones masivas no llegaron —aunque el terror de nuestros paisanos sigue— y el TLCAN seguía en pie. Sus derrotas legislativas, los reveses de los jueces a sus decretos presidenciales, el caos en su comunicación, la falta de apoyo político de Republicanos clave, la aparición de amigos de México, sus roces con presidentes y primeros ministros de otros países y muchas otras noticias nos dieron la falsa impresión de que Trump tenía problemas más importantes que hostigar a México.

Pero no podemos olvidar que un gobierno populista (de derecha o de izquierda, no importa el signo) está buscando siempre enemigos internos y externos para dirigir el miedo y el odio de la gente. Esto es cierto cuando las cosas marchan mal y se necesita una justificación para explicarle al público que lo que ocurre nunca es culpa del líder, sino de oscuras maquinaciones y complots. Lo hace Maduro en Venezuela con sus acusaciones sobre conspiraciones internacionales en su contra y lo hace Trump en EU. El enemigo interno son los “medios deshonestos”, el “pantano” en Washington, los millones de votantes ilegales que cometieron “fraude”, la gente que participa en las protestas, etc. Los externos son China (a veces), Corea del Norte, Siria y países que antes se consideraban aliados como Alemania, Canadá (sí, también ya le está tocando) y desde luego, México.

Lo cierto es que en estos 100 días no se ha podido vislumbrar qué clase de relación quiere EU con México. Si quiere antagonizar con nosotros permanentemente, o si desea una relación madura de cooperación. Todo parece indicar que a nivel de agencias de gobierno hay un intento real por mantener una relación funcional y eficiente, pero que ese esfuerzo se verá minado mientras Donald Trump siga usando a México, al TLC y al muro para distraer. Ante los costos económicos que está teniendo para nuestro país vivir bajo estas constantes amenazas, tal vez deberíamos reconsiderar si la postura diplomática tibia, que evita por completo el conflicto y deja pasar las humillaciones es lo mejor. Aun con un gobierno mexicano obsequioso y magnánimo, Trump no se detendrá.

Como bien dice un artículo reciente de la revista The Atlantic, México y Estados Unidos son complementarios, es más, dice que la relación es como un matrimonio de dos personas mayores que solían pelearse mucho, pero que encontraron que se necesitaban uno al otro y decidieron llevarse mejor y cooperar en todo. Hoy, destruir esa relación sería “feo y doloroso” y para Estados Unidos representaría “un error estratégico de primer orden, un regalo para los enemigos de los estadounidenses, una vulnerabilidad para la patria que Trump dice defender, y un divorcio muy desordenado”.

POR CIERTO. Lo último que necesita México es dejarse derrotar por el desaliento y el temor y caer en el mismo abismo de la demagogia y el populismo. Tenemos con qué negociar bien el TLC, también tenemos caminos claros en caso de que Estados Unidos decida salirse. Nuestro país sí tiene salida a sus problemas: se llaman instituciones fuertes, Estado de Derecho y liderazgo ético. Esa es la lucha que sigo y seguiré dando con todas mis energías.

Abogada

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