A 200 años del natalicio de Mariano Otero Mesta —uno de los personajes más ilustres del México del siglo XIX, cuyo pensamiento jurídico y político trasciende hasta nuestros días—, su visión nacionalista y certera defensa de nuestra soberanía frente a los conflictos que llevaron a la pérdida de casi la mitad de nuestro territorio, hoy resulta vigente.

Otero nace en Guadalajara, Jalisco, en 1817, en el ocaso de la Colonia y el surgimiento de la incipiente Nación que se debate entre constantes revueltas y asonadas; la lucha entre federalistas y centralistas en busca de dar identidad a la naciente República, que habrá de enfrentar en esta época la invasión norteamericana y el desmembramiento de su territorio.

Su actuación política fue breve, como su vida, pero su obra prolífica. En ella destaca una profunda reflexión del acontecer de la historia y sus raíces, su visión nacionalista y contribución a la vida institucional de nuestro país. Pensamiento, palabra y acción —nos dice Reyes Heroles— nos dan al sazonado político y al cabal ideólogo.

Realizó sus estudios en el Instituto del Estado de Jalisco, en el que se graduó de bachiller en derecho civil el 10 de junio 1835. En ese mismo año obtiene el título de abogado tras un riguroso examen en la jurisprudencia práctica en el que el jurado lo halló sobresaliente. Su formación continuará y se completará a través de la lectura tanto de los autores clásicos como de sus contemporáneos, cuya influencia si bien trasluce en su obra, no le impide alcanzar convicción y pensamiento propios.

Surge a la vida política en su ciudad natal en 1841, al pronunciar el discurso oficial del 16 de septiembre, lo que le valdrá ser electo para integrar el Congreso Constituyente de 1842 al que había convocado Santa Anna, en la disputa por restablecer el federalismo.

El Congreso no alcanzará su cometido, pero sus intervenciones y el voto de minoría que suscribe junto con otros diputados, revelan su ideario político: Un acuerdo en lo fundamental para obtener la unidad nacional, como requisitos previos para la transformación y el progreso pacíficos del país; basado en el federalismo y la representación de las minorías, presentó por vez primera la teoría de la representación proporcional como complementaria de la mayoritaria.

Producto de la disolución del Congreso es aprehendido en mayo de 1842. Fue liberado gracias a la amnistía otorgada por Santa Anna, nuevamente Presidente de la República.

En el Congreso Constituyente de 1847, participó en la formulación del Acta de Reformas que restauró la Constitución federal de 1824, con la preocupación fundamental de afianzar las garantías individuales ante cualquier arbitrariedad de los poderes públicos. En el artículo 25 de dicha Acta se encuentran las ideas de Otero acerca del amparo, que ya había esbozado en 1842.

Opositor del centralismo, sostuvo que éste precipitó el funesto suceso de Texas y advirtió los problemas de la vecindad que nos tocó en suerte con un pueblo fuerte y poderoso, considerando que era necesario transigir con EU sobre Texas y sostener la dignidad de México antes que someterlo a una guerra. Como lo predijo, la guerra llegó con la invasión a nuestro país de las tropas norteamericanas que culminó con la anexión de Nuevo México y la Alta California mediante la firma del Tratado Guadalupe Hidalgo que puso fin a la guerra y compensó a México con el pago de 15 millones de dólares que poco valieron frente a las cuantiosas deudas contraídas.

Otero se opuso firmemente a la firma del tratado y se pronunció por seguir resistiendo, ya no para ganar, sino para obtener una paz conveniente. Votó en contra de su aprobación pues el Ejecutivo carecía de facultades para negociarlo, y porque se despojaba a México de vastos territorios que no eran materia de disputa al comenzar la guerra, por lo que propone que el Congreso se negara a reconocer cualquier acuerdo que implicara enajenación alguna del territorio nacional. Paradójicamente, recibe la dura encomienda de ser consejero en el armisticio pues, como explica Reyes Heroles, inspiraba seguridad ante la Nación y hacia el exterior una clara advertencia de que México adoptaría la línea más apegada a los términos del tratado.

La muerte lo sorprende en 1850, víctima de cólera a la edad de 33 años, pero nos dejó el legado de su obra.

Hoy que México vuelve a ser presa de hostilidad e intransigencia, vale recordar el ideario de Mariano Otero y mantener vivo un auténtico nacionalismo, volver la mirada a nuestras fortalezas y con creatividad y solidaridad construir un futuro promisorio.

Ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

@margaritablunar
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