Peña Nieto, en la semana de la radio-televisión expresó lastimoso: “a veces las sociedades no logran valorar en suficiencia el cambio que nuestro país ha experimentado, quizá porque parte de esa sociedad no le ha tocado ver, ni ha vivido de cerca otros momentos de mayor convulsión política, social, o económica; cuando eso no ha ocurrido,  lejos están de saber apreciar, valorar y reconocer cómo México ha cambiado de forma positiva; aunque en el exterior reconocen los cambios que hemos experimentado en los últimos 30 años”. Esta interpretación de Peña de que la sociedad por no haber vivido de cerca convulsiones mayores no puede apreciar el cambio que él considera haber impulsado durante su gobierno se refiere, obviamente, al rechazo a sus políticas, que se manifiesta en las calles; en los más diversos foros; en las encuestas que colocan a Peña como el presidente peor calificado de las últimas décadas; hasta en medios de comunicación nacionales que le han sido afines se expresan críticas; además de las revistas norteamericanas que representan intereses de ese país, asociados a sus proyectos, que le calificaron en su arranque como “Salvador de México”, hoy le llaman “el Salvador que no fue”.

Aun cuando parte de la sociedad no haya conocido “mayores convulsiones”, como afirma Peña, la sociedad entera está viviendo las actuales. ¿Qué mayores convulsiones pueden ser las que se viven hoy?: violencia generalizada, miles de desaparecidos; corrupción irrefrenable en todos los estratos de gobierno, desde el más alto nivel, impune; ocupación del país por nuestro propio Ejército, acusado por organismos internacionales de violación flagrante de derechos humanos, estado de sitio de facto, Estado policiaco-militar que crece; pobreza incrementada en más de dos millones más durante su gobierno; la población joven sin expectativas de vida, desempleada, cercada por el crimen; educación pública en el abandono; acumulación soez de la riqueza en pocas manos, profundización de la desigualdad; endeudamiento irresponsable; gasto social a la baja; demolición de las dos grandes empresas energéticas, otrora sustento de la soberanía; construcción deliberada de una profunda dependencia económica y política de Estados Unidos; dominio ilimitado del capital financiero, que se apodera de todo lo creado en nuestra historia.

Peña se duele de “una parte” de nuestra sociedad “que no aprecia que México ha cambiado en forma positiva”. ¿Qué cambio positivo puede apreciar toda nuestra “sociedad”, si vive cotidianamente esta tragedia mexicana?, tragedia que se proyecta al futuro, sin esperanza. Peña, al cumplir tres años de gobierno, celebra sin apuntar propuestas reales para atacar los problemas fundamentales acuciantes, presenta logros intranscendentes, paliativos, la continuidad. ¿Qué le impide reconocer que esa política rechazada por la opinión pública, debe cambiar?, ¿divorcio de la sociedad mexicana?, ante la descalificación, responde con la continuidad; ¿es él quien no entiende, y no la sociedad a la que descalifica?; ¿los intereses que representa le atan al grado de la inmovilidad? México no podrá resistir tres años más de profundización de la tragedia nacional, la descomposición social se propaga.

Urge rectificar, los sectores sociales, políticos y económicos del país que sostienen esa política fallida, resultarán cómplices autistas de nuestro desastre; sin reaccionar, contribuirán a su propia destrucción. Los gobernadores deben asumir su responsabilidad constitucional y no seguir en esa Conago aquiescente, acrítica, en contra de sus propias poblaciones; el Congreso debe asumir, por salud de la República, su función de contrapeso, y dejar de aprobar sin discusión la legislación que ha venido sustentando el desastre; y, por todos los medios posibles, superar la dictadura mediática que desinforma para que los mexicanos cobren conciencia de la amenaza que se cierne sobre sus cabezas.

Senador de la República

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