En septiembre arribará a nuestro país el nuncio apostólico Franco Coppola, relevará a Christophe Pierre. La noticia, como todas las que se relacionan con asuntos de la Santa Sede, despiertan interés y conjeturas.

Algunos comentarios sobre esta decisión del papa Francisco contienen especulaciones al gusto de la ideología de los autores, manipulan el significado de un hecho importante pero habitual, dentro de las normas y usos tradicionales en la rotación de quienes tienen encomendada una doble misión: la primera y más importante, es de carácter pastoral e intereclesiástica; la segunda, es política, como titular de la representación diplomática de la Santa Sede ante el gobierno del país.

La incultura religiosa de nuestra ilustre comentocracia y en las élites dirigentes, muy a menudo se confunde y confunden al público. Por ejemplo, se habla de relaciones con el Vaticano; error. Ciudad del Vaticano es el nombre del territorio en donde la Santa Sede —que es el obispo de Roma, llamado popularmente Papa— es soberano. Las relaciones diplomáticas no son con el territorio, sino con la persona en la que se deposita el ejercicio de esa soberanía.

Regreso al punto original. Viene monseñor Coppola. Comencemos por el principio. ¿Qué es un nuncio?: es un legado del Romano Pontífice. Sus funciones están puntualmente descritas en el Código de Derecho Canónico: Libro II “Del Pueblo de Dios”; parte II De la Constitución Jerárquica de la Iglesia”, Sección I “De la Suprema Autoridad de la Iglesia”, capítulo V “De los Legados del Romano Pontífice” artículos del 362 al 367. Disculpe el lector este largo pero necesario recorrido para entender en donde ubica y como concibe la Iglesia católica la misión de estos personajes.

Las normas prescriben la doble función, mencionada líneas arriba: se le encomienda el oficio de representar al Romano Pontífice ante las Iglesias locales y autoridades públicas a donde son enviados.

Subrayan su misión principal: procurar que sean más firmes y eficaces los vínculos de unidad entre la sede apostólica y las Iglesias particulares, mediante las siguientes tareas: informar sobre las condiciones en que éstas se encuentran; prestar ayuda y consejo a los obispos, sin menoscabo de sus potestades; relacionarse y colaborar con la Conferencia Episcopal del país; instruir el proceso informativo para el nombramiento de obispos; promover iniciativas a favor de la paz, progreso y cooperación entre los pueblos; colaborar con los obispos a fomentar las relaciones con otras comunidades eclesiales y religiones no cristianas; defender, junto con los obispos, ante las autoridades estatales la misión de la Iglesia y la Sede Apostólica; cumplir los mandatos que le confíe la Sede Apostólica.

En lo diplomático indican: promover y fomentar las relaciones entre la Sede Apostólica y las autoridades del Estado; tratar aquellas cuestiones a que se refieren las relaciones entre la Iglesia y el Estado tomando el parecer y el consejo de los obispos de la localidad e intercambiar información con ellos.

Dentro de este marco normativo y bajo las directrices del magisterio de Francisco, dictado en sus exhortaciones, cartas, bulas y encíclicas, señaladamente: Evangelii Gaudium, —La alegría del evangelio— sobre la revolución de la ternura de Jesús (2013); Lumen Fidei , —La luz de la fe— sobre la teología católica en nuestros tiempos (2013); Laudato Si, —Alabado seas— sobre el medio ambiente y el desarrollo sostenible (2015) y Misericordiae Vultus El rostro de la misericordia— (2015), todas ellas aterrizadas en sus mensajes a los mexicanos durante su visita de febrero pasado, serán el sustento y son la clave para la labor del nuncio Coppola. Que venga de África no prefigura nada, es parte de la carrera diplomática. C. Pierre antes de México estuvo en Uganda y el mismo camino siguió su antecesor G. Bertello.

Ex embajador de México ante la Santa Sede.

@LF_BravoMena

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