Resulta complicado explicar el éxito de Stranger Things, la sobrevalorada mimi serie de ocho episodios de Netflix, con dirección múltiple incluidos sus creadores, los Duffer Brothers, Matt y Ross; que no va más allá de un truculento thriller de misterio sobrenatural, secuestros y desapariciones con muchos hoyos negros en su trama, difíciles de tragar. Sin embargo, si no se es muy exigente con el cumulo de clichés que presenta con viaje incluido a la nostalgia ochentera, puede sorprender… a algunos cuantos.

La historia es la de un niño (Will) desaparecido en un pequeño pueblo (Hawkins) en Indiana, que encierra algunos misterios sobre un lugar donde se realizan experimentos prohibidos, con los típicos habitantes comunes de pueblo casi en medio de la nada. Sus protagonistas principales son cuatro niños: uno parece niña (Finn Wolfhard), otro (Caleb McLaughlin) es como la versión infantil del insufrible del rapero Kanye West, y un tercero (Gaten Matarazzo) es el clásico gordito chimuelo que se mete en todo. Más una niña: Millie Bobby Brown (que es el experimento 11, con poderes sobrenaturales y que resulta ser el personaje más creíble de la trama). Todos quieren encontrar al niño perdido, que está en algo así como una dimensión desconocida creada por el Dr. Martin Brenner (Matthew Modine) de influencias manifiestas: Sthepen King, John Carpenter, John Huges….

La mamá (Winona Ryder), su otro hijo (Charlie Heathon), un sheriff (Jim Hopper) que empina moderadamente el codo y unos adolescentes calenturientos (Natalia Dyer y Joe Keery) quieren dar con el chamaco y solucionar el enigma de los experimentos ultrasecretos de la factoría Hawkins en unas plataformas poco creíbles de laboratorio secreto y bosque de pesadilla previsible, incluido una mutación de monstruo derivativo entre de Alien, Depredador, Poltergeist, Los Gonnies, Silent Hill, ET, El vuelo del navegante, Super 8 y La cosa del otro mundo.

Todo avanzando a paso lento en la frontera del aburrimiento en un muy mal montado sinsentido de cosas que ya se han visto, pero sin alma. De ahí que resulte muy poco creíble el entusiasmo entre algunos peces gordos, que ha generado la serie que hubiera quedado mejor en cinco capítulos para evitar el bostezo.

Uno que otro chispazo no hacen que merme la aburrición, y si llegue hasta el final de algo que produce hartazgo por la repetición de tópicos muy comunes en la ciencia ficción, que no convence, es por saber cómo los hermanos Duferr (¿de dónde salieron?) iban a terminarla: con un final muy a modo como para quedar bien con todo mundo y con muy pocas posibilidades de que haya una segunda temporada. Esperemos que sí cumplan y no nos receten más de lo mismo porque, hasta el “Deflategate” de Tom Brady resulta todavía más interesante que Stranger Things.

pepenavar60@gmail.com

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses