Those were the days, my friend. Apenas 28 años le llevaba EL UNIVERSAL, que el uno de octubre cumplió 100 años, a Luis González de Alba, que el 2 de octubre puso fin a sus días y a sus años e irrumpió en los espacios conmemorativos de este diario a partir de una justa valoración de esta vida y esta muerte. Hay grandes diferencias entre las biografías de las personas y de las instituciones. Pero también hay similitudes. Entre ellas, las cargas de promesas asociadas lo mismo a los proyectos de vida personales que institucionales, así como a la forma en que la realidad los condiciona al paso de Los días y los años, para decirlo con el título del libro sobre el movimiento del 68 escrito por el Lábaro, como se le apodó festivamente en su primera juventud.

En aquel 1968 la radio entonaba a todas horas una verdadera biografía anticipada de la generación de los sesentas, cuyo título creía yo recordar como epígrafe de las primeras ediciones de este libro de Luis, aunque no aparece en la que ahora releo. La rola se puede escuchar en Mary Hopkin -Those Were The Days-1968-YouTube. Pero se las resumo: Aquellos fueron los días que pensamos que nunca terminarían, hasta la noche en que te paraste ante el cristal de la misma taberna en la que antes “reíamos a lo largo de las horas y soñábamos las grandes cosas que podríamos hacer”. Pero esta vez viste un “reflejo extraño” de tu imagen en la que “nada era lo que solía ser”.

Pocos se mantuvieron fieles al espíritu sesentero de la propuesta final de la canción, como lo hizo González de Alba: “Somos más viejos pero no más sensatos, ya que los sueños son todavía los mismos en nuestros corazones”. La búsqueda de autenticidad y el ímpetu libertario de la nueva izquierda que se abría paso en aquella década, cargada de irreverencia y denuncia a lo establecido y de reivindicación de permisividades personales en todos los campos, permaneció en el Lábaro hasta su muerte, este 2 de octubre, a casi medio siglo del de 68 que lo llevó a prisión. Sólo que Luis extendió hasta este 2016 su irreverencia y su denuncia a las nuevas expresiones de poder, incluso las nacidas de movimientos surgidos como liberadores.

De allí su combate al viejo autoritarismo priísta y al gazmoño conservadurismo panista; a la vieja izquierda del siglo XX y a la izquierda envejecida del siglo XXI, colonizada, como su antecesora, por camarillas y caudillos, publicaciones autocensuradas y excluyentes y causas y personalidades intocables. De allí también su idea de liberación sexual asumida en la plaza pública como praxis personal desafiante. E indómito hasta el final, en las últimas horas de su existencia se rebeló también contra el reflejo de su imagen septuagenaria que le devolvía el cristal de la vieja taberna y subió a la red la imagen de un desnudo suyo, acaso veinteañero.

Panorama desde el puente. Como puente entre el pasado y el futuro, propuso a EL UNIVERSAL en su centenario el presidente de esta empresa informativa, Juan Francisco Ealy Ortiz. Y, en efecto, con sus respectivas cargas de promesas e ilusiones, asociadas en este caso, al inminente renacimiento de la vida constitucional, en octubre de 1916 aparecía este diario paradigmático del periodismo que rigió la definición de la agenda pública en el curso de la mayor parte del siglo XX mexicano, y que reafirma diversas formas de liderazgo ya entrado el XXI.

Y tras las vicisitudes propias de una institución centenaria, en el panorama desde el puente que ofrece EL UNIVERSAL se puede ver el paso de un sistema de virtual monopolio político que exigía el virtual monopolio del establecimiento de la agenda pública a través de los medios, a la pluralidad precursora en estas páginas desde los setentas. Y a partir de la reorganización emprendida en 1969, bajo la dirección del Lic. Ealy, el paso del viejo periodismo mexicano con la vista fija en el Estado, al que atiende a la competencia de un mercado de lectores e internautas exigente de oportunidad y calidad.

Director general del Fondo de Cultura Económica

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