Exclusión, el juego siniestro. La matanza de Orlando viene a reiterar que los fanatismos religiosos niegan en su esencia el sentido original de la palabra religión: del verbo latino ligare (ligar, unir), que con el prefijo ‘re’ podría interpretarse como reunir, mezclar, aliar. En sentido contrario, los fanatismos tienden a generar violencia —física, verbal o moral— no sólo para desunir y aislar a los diferentes al fanático, sino incluso para suprimir a sangre y fuego a los que éste considera réprobos , como ocurrió con las decenas de asesinados en las primeras horas del domingo en un club gay de Florida.

Sin el extremo de los crímenes de odio homofóbico de Omar Mateen, el presunto seguidor solitario del Estado Islámico, perpetrador de la carnicería de Orlando, hay otras formas de entrarle al juego siniestro de la exclusión y de propiciar acciones fuera de los límites legales o de la convivencia civilizada. Por ejemplo, llamar “destructiva e inmoral” la idea de legalizar la unión en matrimonio de personas del mismo sexo, como lo hizo la jerarquía católica mexicana en su editorial del semanario Desde la Fe.

Porque acusar a grupos como el de matrimonios igualitarios —y el de quienes pugnan por garantizarles seguridad jurídica— de destruir los valores de una comunidad, suele ser el banderazo de salida al fenómeno comunicativo por el cual se sensibiliza y moviliza a una sociedad hasta crear un ‘pánico moral’ a deturpar y a castigar en la figura de personas y colectivos que son presentados como ‘desviados’, como lo describió Stanley Cohen.

¿Jactancia? ¿extorsión? A propósito del surgimiento del sida, el de los homosexuales fue uno de los primeros grupos cuya estigmatización fue encuadrada en el concepto de ‘pánico moral’. Incluso, aquella nueva enfermedad llegó a ser calificada como maldición divina dirigida a los ‘desviados’ en materia sexual. Antes, hasta los años 70, se consideró a los gays enfermos a curar o a desahuciar, hasta que el siquiatra estadounidense Robert Spitzer —fallecido también, coincidentemente, el fin de semana de la matanza de Orlando— mostró que no había tal patología y la Asociación Americana de Psiquiatría sacó esa condición de su padrón de enfermedades.

En cambio, aquí, antes de la encuesta postelectoral publicad ayer por EL UNIVERSAL sobre la motivación del voto antipriísta de hace diez días, el Episcopado atribuyó el “descalabro electoral” del PRI al “merecido voto de castigo” al presidente Peña Nieto y su partido “por la imposición (sic) destructiva e inmoral” de la iniciativa que daría “falsos derechos” a los homosexuales. La postura precientífica de la supuesta ‘anormalidad’ del homosexual, que convertiría en ‘falso’ su derecho a formalizar legalmente sus relaciones de pareja, parecería haber sido dictada por la jactancia sobre la eficacia y la influencia políticas de la Iglesia sobre el electorado. O como extorsión a los partidos, con miras a 2018, para disuadir a quienes pretendan apoyar normas adversas al prejuicio antigay.

Populismo irracional y antiliberal. Con todo, el reto de las instituciones políticas modernas es el de seguir construyendo normas que integren a todos; que no dejen fuera a nadie, ni siquiera, por supuesto, a las minorías de orientación sexual diferente, ni, en otro ejemplo, global, a los migrantes, portadores de sus respectivas diferencias raciales y culturales.

Mientras tanto, es la herencia del racionalismo ilustrado y del liberalismo político —en que se basa el desarrollo democrático del planeta— la que está en la mira de este auge de la irracionalidad y el antiliberalismo en tres aspectos: el de la supuesta pureza moral de una orientación sexual sobre otra, que alimenta en México la derecha religiosa; el de la supuesta superioridad racial que preside el rechazo de la derecha populista de Trump a los migrantes, y el de la supuesta supremacía espiritual de una religión sobre las demás, que chapotea en la sangre del club gay de Orlando en nombre de islamismo.

Director general del Fondo de Cultura Económica

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses