El entramado. Consumir mensajes del mundo del espectáculo con la actitud del público adicto a la prensa rosa —la que sigue, embobada, los pasos de celebridades como Kate del Castillo— resulta tan contraindicado como asistir a los procesos electorales de Estados Unidos como televidente del espectáculo deportivo. Éste suele celebrar —excitado, como si estuviera ante una pelea de box— los golpes más nocivos a la imagen del oponente. Pero en México, este fan del espectáculo político deportivo se debate hoy entre la atracción del show de la violencia física provocada por la violencia verbal y las gesticulaciones amenazantes de Trump, y la angustia por la demora o la improbabilidad de enviar a la lona a este púgil de boxeo sucio en las primarias del Partido Republicano estadounidense.

Por fortuna, ya hay más audiencias participantes en los medios y las redes, atentas al entramado que sostiene esos espectáculos. Pero éste sigue distante de los públicos absortos por el glamour que pueden dar los medios. Y es que a este tipo de espectadores se le oculta que los episodios de la farándula —incluida la electoral— suelen ser construcciones de estrategias de marketing —político o judicial—, eficazmente afincadas en los sistemas de creencias de la gente. Se trata, obviamente, de construcciones que no están al margen del gran dinero (legal e ilegal) ni de los poderes (formales o criminales).

En este sentido, la bien planeada campaña de medios con la que reapareció en estos días Kate del Castillo —lo mismo en el exigente New Yorker estadounidense que en el combativo Proceso mexicano— tiene su origen —como se ha publicado— en una estrategia encargada a una de las grandes agencias de Estados Unidos. Éstas suelen cobrar entre 500 y mil dólares por hora. Se trata de Capitol Media Partners, con su socio fundador a la cabeza, Richard Grenell, comentarista de Fox News y ex vocero del gobierno de W. Bush en Naciones Unidas. “Construimos campañas internacionales de medios para alcanzar audiencias domésticas e internacionales”, proclama uno de los puntos promocionales de Capitol.

Claridad de objetivos. La campaña parece haber cumplido ya la meta de regresar a la actriz, de la espinosa ‘nota roja’ a la que la llevaron sus tratos con El Chapo Guzmán, a la zona de confort telenovelesca de la prensa rosa, con la trama de una vida familiar (sonrosada), infortunios amorosos y tuits de admiración y apego al capo, que la colocaron en el escondite del célebre criminal. También se construye ahora la coartada del valor de esta atractiva reina del sur para inventarse nuevos retos (artísticos) —filmar la vida del narco— y de allí su indignación ante la ‘cacería de brujas’ que han desencadenado en su contra en su país de origen.

En la vía judicial, el marketing tiende además a erigir a los medios en tribunales paralelos a los tribunales de Derecho y lograr la absolución de la opinión pública como blindaje contra eventuales resoluciones adversas de jueces. Pero hay mensajes de esta estrategia que parecen ir tras el objetivo más preciso de presionar a las autoridades mexicanas para que digan qué curso seguirán las investigaciones con miras a preparar la estrategia legal de la actriz. No en balde otra oferta promocional de Capitol indica: “Trabajamos con abogados y firmas a través del mundo para apoyar en asuntos legales críticos”.

Las urnas de la ira. Anoche se debió saber si en las primarias de ayer Trump tuvo éxito en su anunciado nuevo marketing político para ser tomado seriamente como candidato presidencial —y ya no más como el bufón agresivo contra quienes no comparten sus prejuicios— o si el renovado esfuerzo mercadológico de sus oponentes logró hacer algo para detener o al menos aminorar la marcha del magnate, que amenaza con dividir a su país en dos bandos en guerra. La historiadora del Partido Republicano Heather Cox Richardson se preguntó en un reportaje del NY Times a dónde va la iracundia desatada, a dónde, las urnas de la ira.

Director general del Fondo de Cultura Económica

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