La función pública —el gobierno público— es una cualidad de las sociedades civilizadas. La civilización comenzó en el momento en que el hombre dejó de ser nómada, se instaló en un territorio y construyó una forma de gobierno. Así pues, un buen gobierno es una condición sine qua non para el desarrollo integral de las sociedades y las personas que las conforman.

Un síntoma de muchos países el día de hoy es la desconfianza en la función pública y los gobiernos de los países, el desgaste generalizado de la clase política a nivel global. Es común escuchar la expresión “los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”, que la culpa de un mal destino está escrita en la cultura e historia, pero si esto fuera así no se entenderían muchos de los casos que vemos en la historia reciente como la diferencia de desarrollo entre las Coreas, la distancia que existió durante décadas entre Alemania Occidental y Oriental, casos de un mismo pueblo con destinos muy diferentes.

Diversos desarrollos de la Teoría Política actual plantean un nuevo paradigma: “Los países son lo que sus gobernantes son”, así recordamos a los estadistas que en sus países lograron cambios que trascendieron su tiempo y proyectaron históricamente a las sociedades que dirigieron. Mahatma Gandhi, Winston Churchill o Adolfo Suárez son ejemplos de gobernantes que cambiaron las sociedades en las que vivieron.

Siendo tan importante contar en los países con gobernantes que posean el perfil necesario para desarrollar su función, los instrumentos que existen en los sistemas democráticos se basan en la idea de que todos los ciudadanos que cumplan con ciertos requisitos tienen el derecho de ocupar cargos públicos. Los requisitos que suelen plantearse en los textos constitucionales para ese objetivo se refieren fundamentalmente a características formales: que tengan una edad mínima, que no posean antecedentes penales, etc. pero no incluye capacidades de orden psíquico, técnico o directivo.

La experiencia en todo el mundo demuestra que una persona que ejerza la función de gobierno en el sector público debe contar no solo con capacidades formales y buen deseo, sino que debe contar con cualidades psíquicas, técnicas y directivas para realizar adecuadamente su función:

i) Un gobernante que no cuente con capacidad psíquica para el manejo del poder —que la experiencia del poder lo rebase— confundirá su individualidad con la del cargo perdiendo fácilmente contacto con la realidad. La ruptura con la realidad tiende a destruir su capacidad ética.

ii) Un gobernante que no cuente con capacidad técnica será incapaz de comprender los efectos complejos de sus decisiones en el sistema político y económico. No tendrá capacidad de plantear y construir políticas públicas serias y eficaces.

iii) Finalmente, un gobernante que no cuente con capacidades directivas carecerá de la cualidad más importante para dar estabilidad, unidad y rumbo al país que dirige. Será incapaz de realizar planteamientos estratégicos asertivos de largo plazo, tomar decisiones en panoramas de incertidumbre y construir equipos colaborativos.

En el sector privado, las grandes empresas poseen procesos sofisticados para la contratación de sus directivos. Una plaza del más alto nivel supone la búsqueda, aplicación de pruebas y entrevistas que permitan visualizar que el candidato cumple con el perfil adecuado.

Muchas personas que llegan a puestos de gobierno carecen de las cualidades necesarias para ello. Sería deseable contar con esquemas de selección de perfiles aplicables de forma previa a aquellos que pretendan ocupar posiciones de gobierno en el sector público.

Rector de la Universidad Panamericana-IPADE

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