La pregunta “¿hacia dónde va el país?”, especialmente después de los recientes cambios en el gabinete, no la formulo con ánimo polémico o catastrofista, sino con gran preocupación por lo que está pasando y con la intención de coadyuvar a un debate nacional de altura, de llamar la atención sobre la gravedad de nuestra situación nacional y propiciar una reflexión más allá de la coyuntura.

Tenemos ante nosotros un conjunto de sucesivos y veloces acontecimientos que provocan la escalofriante sensación de que el país se nos está descomponiendo con preocupante celeridad y que, unos, o no lo advierten o tratan de ocultarlo y, otros, lo ven como algo natural o propio de la incapacidad de quienes hoy gobiernan.

Para unos, los primeros, el movimiento inercial, lo que hoy se está haciendo, terminará por darles la razón. Y para otros, los segundos, los acontecimientos en curso demostrarán que aquellos están equivocados.

Los sucesos que se dieron antes, durante y después del 4to Informe presidencial de EPN revelan cuán profundo es el proceso de deterioro y cuan acelerada la descomposición de la vida —institucional y extrainstitucional— del país: la baja en la calificación internacional del país; las revelaciones de la CNDH sobre las ejecuciones extrajudiciales; los escándalos de corrupción en Veracruz, Quintana Roo, Chihuahua y en varias dependencias federales; el crecimiento de los índices delictivos con nuevos actos de crímenes masivos; movimientos sociales y políticos de creciente radicalidad antisistémica con grupos guerrilleros que al parecer actúan en paralelo; la existencia de organizaciones criminales que abiertamente en sus páginas electrónicas, como en Guerrero, retan al Estado exhibiendo un enorme poder de fuego; la simulación de “entrega de un informe al Congreso”, a la par de un “acto de diálogo nacional con jóvenes” escogidos a modo; vistos en su conjunto, son algunos ejemplos alarmantes de un proceso inercial que no va en el rumbo correcto y que sólo constituye el empeoramiento de lo que ayer vimos y que hoy estamos viendo, como una suerte de “marcha de la locura”, de “marcha hacia el desastre”.

El hecho más escandaloso lo constituyó la presencia de Donald Trump en México el pasado 31 de agosto. Habemos quienes creemos que ello obedeció al cobro de facturas por favores otorgados en años anteriores y que ahora exigen su “correspondiente pago” (las privatizaciones energéticas) con un gran costo para el país. La consecuencia inmediata ha sido no sólo el masivo rechazo social a esa presencia, sino también la consecuente erosión de la imagen del presidente mexicano y el desprestigio internacional del país.

En el escenario de la glosa del informe presidencial en el Legislativo y de la presentación del paquete económico 2017 por el gobierno federal, soy de los que cree que aún estamos a tiempo de reorientar la vida del país para evitar caer en el abismo.

Ante el desconcertante cambio del secretario de Hacienda, un día antes de entregar dicho paquete, este debate se hace más necesario, urge retomar la ruta del crecimiento económico, la generación de empleos y la recuperación del poder adquisitivo del salario, así como fortalecer los programas que apoyen a la educación, la salud y la protección de la niñez y los adolescentes; al mismo tiempo que haya combate eficaz a la delincuencia, al lavado de dinero y a la corrupción, al igual que la firme defensa del Estado laico frente a sus detractores.

El desagravio nacional del gobierno federal actual ante la descomposición en curso, no son cambios de personas en el gabinete, sino asumir la urgente necesidad de un gran acuerdo nacional para reorientar la vida del país.

El asunto de fondo no es de “buenos” contra “malos”, pero las fuerzas democráticas y progresistas, partidistas y no, tienen la responsabilidad de conformar un gran polo de amplio espectro que trabaje en este sentido. Y, con esa visión, prepararse para 2017 y 2018. Ojalá entonces no sea demasiado tarde, porque el país se nos hubiere escurrido como agua entre las manos o se nos hubiera incendiado ante nuestros atónitos rostros.

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