Resultados aparte, las elecciones del 4 de junio dejan a una mayoría de mexicanos insatisfechos con nuestra democracia, y aunque pudiera enlistar muchos factores determinantes en esa sensación, hay tres que me parecen de lo más relevante.

El primero es la persistencia de los partidos políticos en utilizar el contraste y las campañas de odio, que hacen a un lado las propuestas y centran el debate en descalificar al contrario. Esta forma de “promoción” carga negativamente a los contendientes por igual y orientan al ciudadano a una elección por descarte más que por méritos.

Un segundo factor es el excesivo gasto de recursos públicos en las campañas. La misma gente que todos los días trabaja sin descanso para llevar unos cuantos pesos a sus casas observa indignada cómo en semanas se derrochan millones que bien pudieran ser usados para mejorar las condiciones de vida de muchos mexicanos.

El tercero es el árbitro. Después de muchos años y procesos electorales desde su creación como IFE, hoy el Instituto Nacional Electoral evidencia un desgaste que le ha generado serios cuestionamientos por parte de todos los actores políticos, y por la sociedad en su conjunto.

Así, no podemos llegar los mexicanos a la elección presidencial de 2018.

Hay que trabajar mucho para que las campañas sean de verdad propositivas y presenten verdaderas opciones a los ciudadanos; que se recorten los gastos de campañas y partidos para no ofender con el derroche; y urge contar con una institución electoral respetada y respetable.

El PRI. Al término de los cómputos oficiales, el PRI se ha alzado ganador en las elecciones de gobernador en Coahuila y Estado de México. Sigue la etapa de calificación y solventación de recursos por parte de las autoridades jurisdiccionales electorales, y tanto el PAN y el PRD como Morena han manifestado que llegarán a esas instancias.

En el PRI se festeja lo logrado. Es natural, si se toma en cuenta todo lo que tuvieron que sortear y superar partido y candidatos: rechazo ciudadano, mal humor social y activismo de un sector que insistió en la alternancia y se quedó a unos pocos puntos de lograrlo.

Han sido ambas victorias electorales costosísimas en recursos, esfuerzo y capital político. Y demuestran una pérdida de competitividad en el partido que ganó por apretados márgenes las gubernaturas que antes lograba con ventajas avasalladoras. Desde esta perspectiva ha de verse la elección y no desde el triunfalismo fácil.

El priísmo de base, la militancia, sabe lo que ocurre en todo el país al salir a la calle para hacer campaña por el tricolor. No es tarea sencilla y se vuelve más compleja en el plano nacional.

Responder a ese reto deberá ser el tema central de la XXII Asamblea Nacional del PRI, y los resultados de la misma marcarán el camino a seguir rumbo al 2018. Si se hace caso a la base militante y se escuchan de verdad sus reclamos en vez de ser mero teatro de formalidades, si el partido cambia para abrirse democráticamente a la militancia y a la ciudadanía, habrá una oportunidad de triunfo. Falta ver si así ocurre.

Diputada federal del PRI con licencia

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