En enero pasado asistí a la conmemoración por los 100 años del primer congreso feminista realizado en nuestro país, específicamente en Mérida, la capital de mi muy querido Yucatán. Allí recordé, junto a cientos de mujeres reunidas para honrar a las valientes pioneras de 1916, que la lucha por la igualdad de oportunidades para hombres y mujeres no ha terminado, ni mucho menos.

Y es que este 8 de marzo, fecha que la ONU distingue como el Día Internacional de la Mujer, el recuento de esfuerzos, personajes y logros alcanzados en la búsqueda de esa igualdad nos lleva a un balance de claroscuros.

Cierto que han habido avances, sobre todo en la participación política: apenas el año pasado nuestro país dio un salto en la materia al aprobarse y ponerse en práctica la reforma, propuesta por el presidente Enrique Peña Nieto, que ha establecido la paridad de género en cuanto a candidaturas a cargos legislativos, lo que derivó en una disposición de la Suprema Corte de Justicia de la Nación que obliga a los partidos a mantener esa paridad en las candidaturas municipales.

Está pendiente que, en una nueva revisión del marco jurídico político-electoral (que ya urge actualizar también, entre otras cosas, el sistema de comunicación política que evidentemente no ha funcionado), esa lectura de la SCJN se convierta en ley.

En el siglo transcurrido desde que en Mérida se reunieron las mujeres mexicanas para alzar la voz y exigir espacios en la toma de decisiones, se nos ha reconocido el derecho pleno a votar y a ser votadas (hace 63 años), el número de legisladoras ha alcanzado cifras históricas a partir de la paridad en candidaturas y varias mexicanas hemos ganado gubernaturas por medio del voto.

Sin embargo, quedan aún por vencer muchas resistencias respecto a la participación de candidatas a cargos de elección popular, sobre todo en presidencias municipales y gubernaturas, y de hecho el cuestionamiento sobre si el país está preparado para que una mujer ocupe la Presidencia de la República deja entrever una inercia discriminatoria.

El papel de la mujer en los espacios de decisión político-electoral en México es claro, pero falta que cada día más mujeres ocupen el liderazgo en otros ámbitos, y así podamos encabezar instituciones como la UNAM o la SCJN. El camino está trazado.

Por otra parte en el sector productivo, según los reveladores datos del Foro Económico Mundial publicados en un excelente trabajo de EL UNIVERSAL, los salarios de las trabajadoras mexicanas están por debajo de lo que ganan por el mismo empleo los hombres. Suena increíble, pero el sueldo actual de una trabajadora mexicana equivale a lo que ganaba un trabajador varón mexicano hace diez años, y en las mediciones del Foro Económico Mundial, nuestro país está “a media tabla” en lo que a igualdad de remuneraciones hombre/mujer se refiere.

Es evidente que algo anda muy mal en la cultura laboral del país, y es un tema que involucra a la sociedad en su conjunto si queremos ir superando estas inaceptables condiciones. A igual trabajo, igual salario dice la ley. Y punto.

Queda claro que hay pendientes y muy grandes. Muchos incluso graves, si consideramos la carga de discriminación que prevalece hacia la mujer en las zonas rurales, y no se trata de actitudes impulsadas por la voluntad espontánea de hombres y mujeres, sino que forman parte de un rezago cultural que debe atenderse cotidianamente si queremos tener buenos y prontos resultados.

En esa actuación cotidiana, todas y todos podemos aportar a la cultura de la igualdad desde nuestro comportamiento en sociedad, con la pareja, con nuestros hijos: pensemos en la igualdad como algo no sólo posible sino cotidiano, algo que debemos sentir. Sintamos la igualdad para llevarla a la práctica.

Diputada federal del PRI

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