El pasado sábado 19 me encontré en Confabulario con un texto del extraordinario narrador, y hoy mentor de una buena camada de jóvenes creadores en la Escuela Mexicana de Escritores, el guanajuatense Eduardo Antonio Parra con motivo del aniversario, el trigésimo, del terremoto de 1985, por el que tantas grietas, ya no las físicas como las que perduran en psique de los habitantes de esta ciudad, siguen abiertas; el soliloquio del protagonista en el cuento de Parra, titulado “Escombros”, manifiesta ese desorden de espíritu, ese temblor interno permanente que nos quedó después del que es quizá el desastre natural que más nos ha cambiado social y culturalmente.

Sin embargo, y a pesar de ese botón de muestra que es “Escombros”, resulta curioso que la literatura nacional se haya ocupado tan poco y hasta el día de hoy en semejante evento; probablemente el anterior inmediato, e igualmente convulsivo que ha experimentado este país —permítame omitir de estas consideraciones los sucesos del 68— fue la Revolución Mexicana, cuya literatura sigue dando títulos después de 100 años, muchos de los cuales, los más recientes, se han aprovechado de la inercia que dejaron las grandes novelas del siglo pasado; se puede decir sin duda que 100 años después se ha abusado groseramente del género. Pero en cuanto a las grandes hay que señalar algunos puntos: Los de abajo, obra del médico jalisciense Mariano Azuela, se terminó de escribir en pleno conflicto armado; Martín Luis Guzmán terminó La sombra del caudillo y El águila y la serpiente apenas unos años terminada la Revolución. Han pasado 30 años y la gran novela del 19 de septiembre de 1985 sigue pendiente; no hay, ni en la literatura, la plástica o la música ninguna obra lo suficientemente trascendente, en el cine hay por ahí tres proyectos cocinándose desde hace más o menos 15 años pero que no han podido, por una cosa o por otra, ver la luz; si en este trigésimo aniversario, momento inmejorable, no la vieron quizá ya no lo harán nunca; y de la calidad de las mismas no podemos todavía emitir juicio, por lo que existe la posibilidad que ni siquiera sean el producto que esperamos —o merecemos, dirían por ahí—.

¿Estaremos esperando, como el protagonista de “Escombros”, irnos ya por lo lisito, sentirnos seguros, apaciguarnos desde afuera un tiempo más que prudente para empezar a poner por dentro en orden las ideas? Hay quienes abogan por un alejamiento de los eventos para entenderlos, pero para expresarlos de mejor manera no estamos tan seguros que sea necesaria tal distancia. Se estima que, con la tecnología aplicada en la ingeniería sismológica, el 99.9 de los edificios de esta ciudad seguirán en pie de ocurrir un sismo similar al de 1985; es decir, que es más seguro replegarse en un inmueble que evacuarlo. La tecnología nos ha dado desde hace unos años cierta “distancia” que algunos —por alguna extraña razón— creen necesaria, la seguridad provee esa distancia. Claro, corremos el riesgo de perdernos; las generaciones que vivieron el desastre han sido tímidas, y las que vinieron después no parecen tener los elementos ni el interés suficientes para crear la gran obra del evento que cambió a esta ciudad para siempre.

@Lacevos

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