Desde la firma de los acuerdos de Campo David alcanzados en septiembre de 1978 por el presidente egipcio Anuar El Sadat y el primer ministro Israelí, Menachem Begin, no se había producido una crisis diplomática en la que un buen número de países árabes rompieran relaciones con un miembro de su comunidad, como acaba de ocurrir respecto al Emirato de Qatar. En efecto, algunos especialistas consideran que esta es una de las crisis más graves que se han suscitado en el mundo árabe desde que Egipto estableciera relaciones diplomáticas con el Estado de Israel.

Es muy significativo que el rompimiento de relaciones diplomáticas y otras medidas represivas, impuestas por varios países árabes contra Qatar, surjan a unos días de la visita del presidente estadounidense, Donald Trump, a Arabia Saudita, durante la que se entrevistó con los principales líderes de la región y con el emir qatarí Hamad Al-Thani.

No sería improbable que Arabia Saudita y sus aliados hayan recibido la luz verde, por parte del presidente Trump, para lanzar esta ofensiva diplomática contra el emirato puesto que se ha beneficiado políticamente en su país, al anunciar la compra de armamento valuado en 100 mil millones de dólares por parte de Riad. Es importante señalar que Qatar ha pasado de ser un emirato ultraconservador y atrasado a un Estado próspero e inmensamente rico gracias a sus abundantes recursos de hidrocarburos, particularmente de gas.

Esta nueva posición del país en la península ha contribuido al recrudecimiento de una añeja disputa con Arabia Saudita en diversos ámbitos: poder regional, recursos naturales, disputas territoriales, medios de comunicación y religión.

El empoderamiento económico de Qatar constituye un elemento más de rivalidad con la monarquía saudita que ve con recelo las convergencias del emirato con Irán, en el marco de la posesión y común explotación de los enormes yacimientos gasíferos, los más grandes del mundo, en el South-Pars North Dome. Podríamos especular que la estrategia regional qatarí se concentra en convertirse tarde o temprano en la principal potencia en el Golfo Pérsico y la Península Arábiga, en detrimento de Arabia Saudita.

En el contexto geopolítico, la riqueza del emirato le ha permitido un acercamiento inusitado con las potencias occidentales: grandes inversiones inmobiliarias, financieras y hasta culturales que registran un mutuo beneficio. Entre estas últimas destacan, principalmente, la celebración de la Copa Mundial de futbol en 2022 y la apertura de una antena del Museo del Louvre en Doha.

Un elemento de fricción adicional tiene que ver con los medios de comunicación, en particular la agencia noticiosa Al Jazeera, que es considerada por Riad como una especie de defensora de los exiliados de la Hermandad Musulmana y de Irán. La reacción de varios países aliados de Riad ha sido el bloqueo a las transmisiones de Al Jazeera

La razón esgrimida por Arabia Saudita para orquestar el aislamiento diplomático de Qatar, en el que participan sus principales aliados en el mundo árabe, a saber: Baharéin, Egipto, Yemen, Libia, los Emiratos Árabes Unidos y las Islas Maldivas, es el “apoyo al terrorismo” por parte de ese país, lo que resulta altamente contradictorio viniendo de un país como Arabia Saudita, con escasa autoridad moral para condenar a su vecino por esta supuesta ayuda.

Bien sabida es la participación del reino saudita en el financiamiento de los grupos radicales islámicos surgidos en las últimas décadas, particularmente desde su intervención en contra de la invasión soviética a Afganistán, así como por la exportación a las comunidades sunitas de la ideología wahabita, virtual sustento religioso de Arabia Saudita.

Por otra parte, no puede soslayarse el hecho de que las relaciones entre ambos países se han visto deterioradas desde que Qatar se convirtió en tierra de asilo para los miembros de la Hermandad Musulmana, considerada por Riad como una organización terrorista, a pesar de que ni siquiera aparece en la lista negra de organizaciones terroristas formulada por los países occidentales, por haber renunciado explícitamente a la violencia.

Esta crisis adquiere especial dimensión al haberse suscitado en el ambiente tóxico de la guerra civil en Siria y el combate al autodenominado Estado Islámico. Los efectos del aislamiento diplomático y de comunicaciones impuesto a Qatar se hicieron sentir de inmediato al registrarse una caída de la bolsa de valores del emirato.

La comunidad internacional ha reaccionado de diversas maneras. Rusia, Estados Unidos e Irán ha manifestado su preocupación y ofrecido y pugnan por el diálogo para superar la crisis diplomática.

Ex embajador en Arabia Saudita y Egipto

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