Por las veredas del tuit accedo a un “Alfabeto racista mexicano” que publica la revista en línea Horizontal.mx. Es un artículo contra la “pigmentocracia”, cuyo “nocivo objetivo” es “la invisibilización de los marginados y la naturalización de la desigualdad” y lo firma Federico Navarrete, académico de la UNAM.

El profesor Navarrete ha juzgado, hasta ahora, que Roger Bartra y Octavio Paz son racistas y pigmentócratas. Bartra por haber escrito que la CNTE es parte de la cultura nacionalista revolucionaria “contaminada por la putrefacción de una cultura sindical” y “la decadencia de una gran masa de maestros mal educados”. ¿Dónde están el racismo y la pigmentocracia? En el vocabulario, pues las palabras “putrefacción” y “decadencia” —a juicio de Navarrete— “reproducen sin pudor, y sin aparente autocrítica, las principales figuras del discurso racista más virulento de los últimos dos siglos.” Bartra las emplea: Bartra es racista.

(Una “Carta a los lectores” anexa a ese escrito, sin firma, indica que los editores de Horizontal no leyeron antes el artículo y encuentran “inaceptable” y “calumnioso” que se “marque” a Bartra como un racista, pero optaron por dejarlo para “abonar a la transparencia” de su revista.)

Supongo que en pos del mismo abono, publican la sexta entrada de ese “alfabeto”, donde ahora es Paz el racista pigmentócrata: las páginas sobre los pachucos en El laberinto de la soledad, “no disimulan su desprecio por (sic) esos despatriados y los despoja de cualquier posibilidad de escapar a los sinos (sic) que los oprimen.” Como “las mujeres en su conjunto (sic) merecen (sic) un tratamiento análogo”, Paz también es misógino. La prueba es que en El laberinto las mujeres “no son más que” (y cita a Paz): “seres inferiores que al entregarse, se abren. Su inferioridad es constitucional y radica en su sexo, en su ‘rajada’”.

Bueno, pero esa cita es parte de un párrafo sobre el empleo mexicano de las palabras “abrirse” y “rajarse”: los hombres no se “rajan” y los cobardes “se abren”; quienes se rajan traicionan y quienes se abren son débiles, etc. Un párrafo donde Paz explica claramente que analiza expresiones del “lenguaje popular”. (Escamotear así el contexto permitiría acusar a Rulfo de racista porque el Lic. Trujillo, personaje de Pedro Páramo, prefiere a los “hijos güeritos”.)

Para el señor Navarrete, Paz “describe con minucia y sin asomo de distanciamiento ni crítica el vocabulario y la práctica del sometimiento de las mujeres mexicanas a los ojos y al poder masculinos. Solo en una ocasión —continúa— plantea la posibilidad de preguntarles a ellas su opinión, de reconocer su posible rebeldía, pero la clausura de inmediato.” Esa ocasión es cuando Paz pregunta: “¿Cómo vamos a consentir que ellas se expresen, si toda nuestra vida tiende a paralizarse en una máscara que oculta nuestra intimidad?”

De nuevo, en el párrafo completo, esas líneas figuran en un argumento de Paz sobre los prejuicios que se manifiestan en el habla popular. Sí, en México se encomia que no se “falte al respeto a las señoras”, pero “habría que preguntar a las mexicanas su opinión” pues “ese respeto es a veces una hipócrita manera de sujetarlas e impedirles que se expresen.” Y concluye Paz: “Quizá muchas preferirían ser tratadas con menos ‘respeto’ (que, por lo demás, se les concede solamente en público) y con más libertad y autenticidad. Esto es, como seres humanos y no como símbolos o funciones. Pero, ¿cómo vamos a consentir que ellas se expresen, si toda nuestra vida tiende a paralizarse en una máscara que oculte nuestra identidad?” Nada: moche usted el contexto, declárelo misógino y aséstele su capirote: el pueblo “crítico” aplaudirá.

En su alfabeto, Navarrete escribe esta frase: “Si el pobre, además de pobre es moreno, más razón para ningunearlo.” He ahí la prueba del racismo-clasismo sin pudor del señor Navarrete. ¿Escribió eso? Sí, tal cual.

Y si el señor Navarrete le quita a otros el derecho al contexto, ¿por qué habría que dársele a él?

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