Sin estrépitos ni zarabandas, más o menos perdido en los rincones de los diarios, sigue el relato de los afanes del activismo (digamos) estudiantil por convertir al Instituto Politécnico Nacional (IPN) en una institución educativa democrática y autónoma.

Habrá quien recuerde, quizás, que durante el otoño de 2014 se llevó a cabo una “huelga” que, a lo largo de seis semanas, paralizó al IPN. Aspiramos, dijeron sus líderes a una “autonomía democrática” como la que gobierna las universidades de Bolivia (es en serio). Aquello se prolongó hasta que las partes en conflicto —los huelguistas organizados en una Asamblea General Politécnica (AGP) y las autoridades escolares y gubernamentales— acordaron realizar “un proceso de transformación” previo magno congreso.

Era inevitable recordar el “congreso” con el que antagonistas similares, en 1987, luego de dos meses de huelga popular y democrática, iban a resolver las contradicciones de la UNAM y que fue ejemplo cabal de las dificultades para transitar de la teoría a la práctica. Pero nadie pareció recordarlo. A aquel congreso que iba a “refundar” la UNAM le tomó 40 meses sólo organizarse y apenas tres para disolverse en la irrelevancia y el hastío. El enorme gasto en tiempo y dinero sirvió, si acaso, para que algunos líderes trepadores se refundasen como becarios y funcionarios.

Lo mejor de la memoria es que puede perderse. A un año y medio de la huelga del IPN nada indica que el resultado será distinto al de la UNAM. Los exaltados argumentan que no, que ahora sí, que ahora sí saben de democracia porque tienen Facebook y que ahora sí saben organizarse políticamente porque, pues, porque sí saben organizarse políticamente.

Habrá quien recuerde (quizás) el enigmático mitin en Bucareli en el que el secretario de gobernación Osorio Chong se salió de su oficina, se trepó a un súbito templete mágico, reconoció “oficialmente” a los activistas del Poli y anunció que pasaría a la directora del Poli por el nunca suficientemente aplaudido sacrificio humano. Entre el desconcierto y la sorpresa, los activistas no se percataron de que Osorio Chong era el único que sí recordaba el abortado congreso de la UNAM. Sí, que haya congreso, les dijo; sí, que cambie la forma de gobierno; sí, que se democratice absolutamente todo; sí, como en Bolivia. Avanti popolo.

Y así fue que se dio el “precongreso” (sic) o, mejor, lo que un enfático líder de la Asamblea llamó, no sin elegancia, “el proceso asemblario”. Es un líder con futuro promisorio. Más futuro y más promisorio, claro está, que el de su Congreso: este año y medio se emplearon sobre todo para constituir los comités electorales encargados de organizar las votaciones para elegir a los delegados que irán a la Comisión Organizadora del Congreso, cuyo nombre oficial es COCNP (es en serio).

No sorprende, visto así, que las notas de prensa que daban cuenta de semanas de asambleas incluyeran frases como “Anoche se perfilaba la aceptación del principio del diálogo”, ni que en el Poli se inventará la palabra “preacuerdos”, una proeza que ni siquiera el PRI había conseguido. ¡La prereunión para preorganiza la preposible pretoma de preacuerdos que presolucionen el problema está en premarcha, compañeros!

Un año y medio de dialogar, alegar, votar, consensuar, revisar, volver a votar y volver a consensuar cómo elegir representantes democráticos; meses de discutir si en asamblea, si en insaculación, o si en rifa o en sorteo (es en serio). Y esto sólo para organizar a los delegados a la Comisión Organizadora. Esta COCNP iniciará sus trabajos —salvo moción de orden en contra— el 18 de mayo. Al pueblo politécnico lo representarán 214 delegados: estudiantes, académicos y trabajadores. Calculo que tardarán 214 días en pasar del primer punto y 214 meses en llegar a unas preconclusiones.

Osorio Chong, supongo, estará sonriendo. Y el Poli deberá seguir disfrutando de esta inusitada paz que le han regalado, ¿quién lo diría?, sus activistas…

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