Diciembre ha comenzado su marcha fúnebre. Reacio a soportar el peso de las tradiciones acostumbro, sin embargo, escuchar cada primero de diciembre la pieza de Chopin para piano, justo cuando comienza el mes más cruel. No la marcha fúnebre de Beethoven, más pomposa y arrogante a mis flacos oídos. Si uno pudiera extirpar de su mente la costumbre de contar los meses, los segundos y los siglos encontraría un remanso de libertad extraordinario, una bendición. No será posible, uno se aferra en desentrañar el sentido del tiempo colmándolo de marcas, números y nombres. ¿Terminará la muerte con esta fastidiosa tarea? ¿Seguiremos contando, trece, catorce, quince, junio, julio, agosto hasta en la mullida cama de ese hotel llamado eternidad o relatividad? Diciembre es cruel, mezquino y triste tan sólo porque es concebido como el fin de un movimiento y de un camino, estación de tren, delirante, en la que uno se detiene para otear en todas direcciones y aproximarse más a la tumba que aguarda paciente en un punto geográfico determinado por coordenadas: latitud, altitud y clima. La mirada de los niños que no comprenden para qué han tenido un padre. Una canasta rebosante de pesos que valen mucho menos que hace un año: más pobreza y los zapatos ya ni siquiera cuentan los pasos; avanzan como nutrida procesión de viejas cabizbajas y cada arruga de ellas es un hijo que también se pudre. Ojalá enviudaran jóvenes, las mujeres, y tal vez conocerían una pizca de felicidad. Yo soy respetuoso del dolor de las viudas, pero sé que su dolor tarde o temprano se transformará en alegría. “Las tocas de las viudas son banderas de paz”, dejó claro Juan Rufo (Córdoba, 1547), escritor satírico quien también parece haber estado, como Cervantes, en la batalla de Lepanto. Las tocas son cariñanas, o rebociños o prendas luctuosas, como sabemos, y aquel Rufo no era el Rulfo que hoy nombramos con tanta familiaridad. Los separa una “L” y un humor.
Diciembre otra vez. Y yo me siento como Akakiy Akakiyevich cuando le han robado su capote. Ambos pensábamos que nuestro capote nos salvaría del frío y de la pobreza que se cierne sobre nosotros, pero no fue posible. Ni en 1836 ni 180 años después. ¿Cómo sufrió ese hombre cuando le arrebataron su capote? Se lo preguntaba Gogol: “Cómo pasó la noche lo comprenderá quien tenga capacidad de imaginarse a sí mismo en la situación de otro.” Ponerse en los zapatos del otro, qué tontería, qué ingenuidad; no estamos educados para tamaña empresa; hoy se levantan edificios colosales de decenas de pisos y tecnología sofisticada, pero ponerse en los pies del otro, no, eso es terriblemente complicado e inocente. Quizás a raíz de ello, debido al presentimiento de que su abrigo le sería robado Akakiy Akakiyevich comenzaba una frase y la dejaba inconclusa, pensando que la había completado. “En efecto...” Y allí se quedaba. “Absolutamente...” Y allí se quedaba, ni siquiera a medias; y así la vida en el frío, y en diciembre. “Efectivamente...” ¿Y luego qué? Pobreza y desaliento, éxitos a costa de los otros. En fin, quien me conoce se preguntará, ¿y a qué hora va a citar este señor a Schopenhauer? Lo hago, sí, porque un estimable escritor y amigo, Bruno H. Piché me ha enviado un libro desde tierras septentrionales titulado Conversaciones con Arthur Schopenhauer (Testimonios sobre la vida y la obra del filósofo pesimista). Ahora editado en El Acantilado (2016) y traducido y formado por el doctor Luis Fernando Moreno Claros. ¡Cómo odiaba Schopenhauer a Prusia! No deja que se apague un respiro sin antes denostar a “su país”. ¿A quién culpar de semejante inquina alimentada contra Alemania? Pero sus odios le fueron devueltos con creces, pese al reconocimiento final de su figura y de su filosofía. El hombre nacido en Danzig le explicaba a un amigo francés que lo visitó en su casa: “En el mundo hay mucha gente buena que desea mi muerte... para poder canonizarme después.” Nadie lo engañaba, y menos Hegel, pero yo me pregunto ¿Es posible llegar a odiar a un país desde la humildad del individuo? ¿Es posible odiar algo como México? Y si es así, ¿a quien culpar de ese odio colosal y desmesurado? Ustedes sabrán a quien. Y yo también, los responsables poseen nombres propios, para nuestra fortuna y vergüenza. Yo viviré diciembre como lo he hecho en los últimos años, como un desaguisado y un infortunio. Trataré de dormir.
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