“Misión cumplida”, anunció jubiloso el Presidente mediante un tuit. Se equivoca. La recaptura del Chapo es apenas la enmienda de un gravísimo error de parte de las autoridades de seguridad mexicanas. Partamos de lo evidente: la segunda fuga del Chapo es algo que jamás debió de haber ocurrido (la primera tampoco, claro, pero quizá era mucho más difícil de prever). Plantear la recaptura del narcotraficante más buscado como una misión cumplida quizá ayude a la autoestima, pero nubla nuestra comprensión de lo acontecido.

A partir de la recaptura, lo que ha seguido ha sido verdaderamente bochornoso. Desde los miembros del cuerpo diplomático entonando a capella el Himno Nacional (como si la patria hubiese sido salvada con la recaptura de un delincuente), hasta la filtración, de parte de las autoridades, de comunicaciones privadas que debían ser confidenciales y formar parte de una investigación judicial.

El excesivo triunfalismo del gobierno y las múltiples filtraciones a la prensa han contribuido a generar una situación que fluctúa entre lo morboso y lo tragicómico. Quizá el gobierno no se ha dado cuenta, pero lo que ha logrado al enfocar su discurso postrecaptura en un famoso actor norteamericano y en una conocida actriz de telenovela es contribuir a socavar su propia imagen.

Así es, al empeñarse en transmitir la idea de que el narcotraficante intentaba inmortalizarse mediante una película o que estaba intentando seducir a una actriz, el gobierno parece minimizar la importancia de las labores de inteligencia que permitieron precisamente identificar las actividades del Chapo y de su abogado, o menoscabar la labor de los miembros del cuerpo de élite de la Marina que se encargó de entrar a sangre y fuego al domicilio en donde pernoctaba El Chapo, o desestimar el trabajo de los miembros de la Policía Federal que se encargaron de detener al capo y a su compinche a pesar de los intentos de soborno y de las amenazas a las que fueron sujetos.

Por supuesto que es un gran logro del Estado mexicano el haber conseguido la recaptura del Chapo en un tiempo relativamente corto. Sin embargo, para que podamos siquiera empezar a discutir si la misión se ha cumplido habría que ir mucho más allá. Debería, por ejemplo, empezar a desmantelarse la red de empresas que permiten el lavado del dinero de los recursos provenientes del tráfico de drogas; también habría que investigar y detener a los políticos o miembros de los cuerpos policiacos que han protegido o encubierto hasta ahora las actividades del Cártel de Sinaloa. Uno creería que esto es lo que sigue ya que, como ahora sabemos, el aparato de inteligencia del gobierno federal ya había logrado intervenir las comunicaciones del Chapo y/o de sus abogados. Dado eso, uno pensaría que allí habría cosas mucho más interesantes e importantes que los intentos de seducción de Guzmán. Allí debe haber información crucial que permita identificar los hilos de las redes empresariales, políticas y policiacas que han permitido que El Chapo pueda autodescribirse como el principal introductor de diversos tipos de drogas a Estados Unidos.

Y una vez logrado todo esto, uno aún tendría que preguntarse: ¿se ha cumplido la misión? ¿De qué misión estamos hablando? ¿Cuál es su objetivo? ¿Qué es lo que se pretende lograr? ¿Queremos detener a todos los narcotraficantes? ¿Queremos acabar con el tráfico de drogas? ¿O de una vez por todas vamos a reconocer la inutilidad de esos objetivos y vamos a empezar a discutir sobre la necesidad de regular la producción, la distribución y el consumo al menos de algunas drogas? Este es el gran tema pendiente en el debate sobre las drogas y sobre los daños sociales de la política que hemos adoptado.

Economista

@esquivelgerardo

gesquive@colmex.mx

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