La recién elección en Francia, sólo es un eslabón más de la cadena de cambios que se han venido gestando en el país galo. El arribo de Macron a la presidencia ofende a la clase política tradicional, acostumbrada a formar a sus líderes y encumbrarlos.

Macron no sólo es la figura que aglutinó a todos aquellos inconformes con su sistema político, es también la figura que emergió de los apartidistas y no sólo del sector financiero como muchos hacen creer. Dar una connotación negativa a su juventud es negar a Macron que es un nuevo liderazgo que se aleja de las formas cuasi monárquicas que aún venera parte del electorado francés.

Los protagonismos individuales y divisiones que sacrificaron a los partidos de derecha y de izquierda, y que prefirieron imponer sus candidaturas a pesar del costo político como fue el caso de Fillon, denotan que dichas estructuras en su rigidez prefirieron ser conservadoras, en lugar de elegir un nuevo candidato o vencer sus divisiones para fortalecer a uno de ellos.

A pesar de que la segunda vuelta ayudó con mucho en que no aumentaran los seguidores de Le Pen, no fue la vía tradicional para generar los consensos que le permitieran a Macron constituirse como un líder de centro izquierda. Su triunfo no fue de rotunda mayoría, pero sí contó con los votos suficientes para darle la legitimidad necesaria al mandato que iniciará el próximo 14 de mayo.

Los millones que se declaran de ultra izquierda y se identifican con el excandidato Mélenchon, no se volcaron en apoyar a Macron, a pesar que la ultraderecha era su adversario. Por el contrario, adelantaron que serán una fuerte oposición en el Congreso a renovarse el próximo mes de junio, misma línea que ya anunció la ultraderecha.

Esta elección evidenció tres fracturas a los paradigmas franceses: Uno al sistema partidista; dos, al de la figura presidencial; y tres, en las campañas políticas.

La fractura del sistema partidista, hasta este año controlada por la división casi natural de la derecha y la izquierda, se hizo añicos cuando los partidos representativos de dichas ideologías, abrieron a la sociedad la elección de sus candidatos a la presidencia, al introducir la modalidad inédita de las primarias en sus partidos.

Las oligarquías partidistas pensaron ingenuamente que los franceses que acudieron a esa convocatoria democrática, arroparían sin chistar a los candidatos previamente promovidos por aquéllas. Los resultados evidenciaron que las estructuras partidistas fueron rebasadas por su propio ejercicio democrático, pues nunca visualizaron que sus elecciones primarias avalarían candidaturas que los propios partidos no estaban convencidos de apoyar, y que dicho ejercicio era una puerta a sus propios adversarios, para intervenir en la elección de sus candidaturas, como fue el caso de Fillon, quien fue elegido por este proceso, cuando el candidato natural de su partido era Alain Juppé.

El segundo paradigma que se rompió fue la figura del candidato presidencial, pues si bien se siguió en la línea de personajes ya reconocidos en el ámbito público, se dio cabida a once candidaturas que denotaban una diversidad de discursos, menos protocolarios y con temas específicos en su agenda política, en donde los personajes que encarnaban los valores de libertad, fraternidad y sentido social francés, fueron los menos, como fue el caso del ex candidato Mélenchon.

El tercer paradigma fue la dinámica de las campañas. Por primera vez se permitió a los once candidatos participar en un debate presidencial, y estar en igualdad de condiciones ante el electorado para posicionar sus plataformas, y porque no, su propia imagen. Fue en este espacio donde Macron y Mélenchon adquirieron peso ante la opinión pública y surgieron como presidenciables.

Las tradicionales encuestas se vieron en desventaja ante lo que los expertos en data predecían del comportamiento del electorado. Los propios noticieros franceses incorporaron a jóvenes periodistas para comentar lo que ocurría en las redes, y por supuesto, el propio Macron, se asesoró de expertos en media training que le construyeron no sólo un discurso menos rígido y más fresco, sino una imagen que explotó asertivamente lo que para algunos, incluso, podían ser situaciones comprometedoras.

A pesar de que los niveles de abstención, y de voto en blanco fueron de los más altos históricamente, ello no es óbice para restar crédito a Macron, quien no sólo tiene el mérito de llegar al Elysée sin antecedente de cargo por elección, sino logró superponerse a el peso de las tradicionales instituciones francesas de la Quinta República, y llegar a la presidencia.

“En Marcha” se colocó ante el electorado como la esperanza de los desilusionados con la política, y que a pesar de ello creen en la democracia. Lo que inició hace un año como un movimiento, ahora será rebautizado como “La República en Marcha”. Rumbo a las legislativas, Macron se compromete a que la mitad de los candidatos investidos por su movimiento serán personalidades elegidas por la sociedad civil, en aras de que la representación política sea cercana a la realidad social, y lograr con ello una verdadera renovación en la Asamblea Nacional.

Sus detractores amenazan que se enfrentará a una Cámara dividida. Francia lleva muchos años en la bipolaridad izquierda-derecha. Quizá esté en camino de abrir y posicionar una tercera tendencia social liberal que pueda mediar la diversidad electoral, que se ha hecho patente en las urnas, y que oxigene su sistema político para las nuevas generaciones. Todos merecen la oportunidad de innovar si no se pierde de vista la prioridad del interés público a la hora de gobernar. Ese es el verdadero reto político de Macron.

Analista. @Biarritz3

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