Hoy por hoy, las mujeres conformamos más de la mitad de la población mundial. Pese a ello, el ser mayoría no parece darnos ninguna clase de ventaja comparativa con el sexo opuesto. Aparentemente, el mundo en el que vivimos está diseñado por y para los hombres.

La disparidad de género es notoria. En pleno siglo XXI, para nosotras representa un reto acceder a servicios fundamentales, a la posesión de tierra, la vivienda y los recursos naturales. Sobra decir que éstas no son dificultades a las que los hombres se enfrentan.

A las mujeres se nos encuentra por doquier en situaciones de pobreza, desprovistas de atención sanitaria básica y bajo el yugo de la inseguridad alimentaria. Como si esto fuera poco, somos también las más afectadas durante las crisis económicas globales y los desastres naturales.

Lo anterior nos deja en condiciones de desventaja. Según la FAO hay mil 200 millones de personas pobres en el planeta, de las cuales 70% son mujeres; sin duda éste es un escenario de ironía siendo que 52% de la fuerza laboral del mundo está conformada por nosotras.

A pesar de la continua exclusión y las adversidades que nuestro género enfrenta en las diversas esferas sociales, las últimas décadas han marcado un incremento en la participación femenina. Alrededor del mundo, la emergencia de un nuevo paradigma que consagra la igualdad de género, se ha traducido en la participación de las mujeres en espacios que parecían estar dominados sólo por hombres.

En esta nueva visión, se considera a la mujer como un sujeto potencial para lograr el desarrollo. Cada vez son más frecuentes los ejemplos de empoderamiento femenino, quizá el más reciente es aquel que vive Estados Unidos, teniendo a una mujer como principal candidata para ocupar la Presidencia de ese país.

Es evidente que el aire de nuestros tiempos demanda una mayor participación femenina. En la actual realidad, donde impera una economía de mercado, es necesario transmutar la visión tradicional con la finalidad de entender que las mujeres somos un motor de suma importancia que propulsa el desarrollo de las economías nacionales.

El potencial es notorio, de acuerdo con un informe de la consultora McKinsey & Company de 2015, la inclusión de las mujeres en la economía contribuiría al incremento del Producto Nacional Bruto global en al menos 12 mil millones de dólares para 2025.

En este sentido, desde marzo de 2015 he buscado encauzar los esfuerzos de los parlamentarios de los 170 países que integran la Unión Interparlamentaria, impulsando el tema de la inclusión financiera como un detonante para el desarrollo global.

Para su materialización, esta tarea corre principalmente en dos sentidos: a nivel interno es propiciar, mediante el intercambio de buenas prácticas en materia legislativa, condiciones que permitan la plena participación de las mujeres en el sistema financiero.

Asimismo, a nivel internacional, en el contexto de la próxima Asamblea General de la Unión Interparlamentaria, en marzo de 2017, se promoverá una resolución que nos comprometa como parlamentarios a concretar acciones encaminadas a que otros actores relevantes, como el sector privado, la sociedad civil y la academia, sumen esfuerzos que contribuyan a reducir la brecha entre hombres y mujeres en esta materia.

Queda un trecho largo por recorrer. Entre otros, debemos modificar la percepción cultural y el entendimiento de los roles sociales. En muchas ocasiones son éstos los responsables de marginar a las mujeres y privarlas de las mismas oportunidades que gozan los hombres. Sin duda, ello contribuirá a un mayor desarrollo de las sociedades y de las economías de nuestros países.


Senadora por el PAN.

@GabyCuevas

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