En EU, un individuo muy probablemente afectado por un desequilibrio mental o emocional ingresa al terreno de prácticas de beisbol para los miembros del Congreso durante el entrenamiento de los Republicanos y abre fuego indiscriminadamente y —por fortuna— con tan mala puntería que no logra concretar la masacre mayúscula que se proponía. Aun así, deja tras de sí a varios heridos graves y un sentido de estupor en la capital estadounidense. La violencia irracional que azota a su país ha alcanzado a los políticos.

El atacante, autodenominado partidario del senador izquierdista Bernie Sanders, estaba obsesionado con Donald Trump y los republicanos, y su intención era claramente política. Con razón, muchos medios describen el ataque como un intento de asesinato político. Muchos lo partidizan rápidamente y lo usan para condenar y denunciar a sus opositores.

En Gran Bretaña, hace exactamente un año y días antes del referéndum sobre el Brexit, una joven parlamentaria muere asesinada por un fanático de derecha mientras hacía campaña a favor de la permanencia en la Unión Europea. Su atacante grita “Britain first” al momento de abalanzarse sobre ella con un cuchillo y una pistola. En medio de la condena generalizada (que, dicho sea de paso no influye en la votación) los analistas coinciden en que la retórica agresiva del movimiento antieuropeo influyó en el atacante.

En México, con el horrendo historial de violencia política y social que enfrentamos, un ex presidente dice que “él se encargará personalmente” de impedir que un candidato, Andrés Manuel López Obrador, llegue a la Presidencia. Muy su opinión, salvo por la amenaza implícita en un país que no está para esas, y por el antecedente de que ese mismo personaje, Vicente Fox para más señas, maniobró desde la Presidencia para hacer eso mismo en 2005-2006, violando no solo la ley sino los preceptos mismos que enarboló para llegar a la Presidencia. El cinismo palidece frente a la irresponsabilidad de una advertencia que fácilmente podría incitar a la violencia.

Pero en el otro bando, el de Andrés Manuel, muchos de sus partidarios practican su propia versión del discurso del odio y la intolerancia, acusando y acosando a sus críticos, usando términos como “traición a la patria” con una ligereza que asombra y asusta y que busca amedrentar a quienes emiten expresiones que les desagradan.

Pero no tienen Fox y López Obrador el monopolio del discurso agresivo, de los seguidores desquiciados, de los bots programados para esparcir bilis. Es práctica común, como lo es cada vez más alrededor del mundo la de recurrir a la descalificación del adversario, a su minimización, su deshumanización.

Donald Trump inició su campaña así, atacando y descalificando. Lo llevó a extremos inauditos, alentando la violencia de sus seguidores, exhortándolos a irse contra sus críticos, contra los medios, contra inmigrantes, musulmanes, demócratas, medios de comunicación. Y le hizo rápida segunda, en busca de ratings pero también de influencia política, la que hoy es su cadena de televisión oficial, Fox News.

Pero ahora son ellos quienes se lamentan. En una entrevista, Ivanka Trump lamenta la dureza de las críticas a su papá, el ambiente negativo en Washington. Tras el ataque a los congresistas, Fox News se desgarra vestimentas por el “atentado de la extrema izquierda”, cuando jamás repara en las incontables agresiones que sufren inmigrantes, personas que parecen extranjeros, o musulmanes, o latinos. Ignoran las masacres en Irak, Paquistán, Afganistán y Turquía, pero se indignan por lo que sucede en Londres o Paris.

Es doble moral, sí, pero es mucho más grave: la incitación a la violencia se potencia cuando va acompañada del lloriqueo ante cualquier opinión negativa en su contra. Y entre los fanáticos, los mal informados y los desequilibrados habrá siempre alguien dispuesto a tratar de actuar en consecuencia.

Las palabras lastiman sentimientos, pero pueden ocasionar heridas mucho más graves, de esas que matan.

Analista político y comunicador.
Twitter: @gabrielguerrac
Facebook: Gabriel Guerra Castellanos

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