México es un país donde la carrera de periodista es desde siempre notoriamente difícil y peligrosa. Hace décadas el contubernio entre gobierno, empresarios y medios de comunicación dejaba como eslabón más débil al reportero: salarios casi siempre ínfimos, acceso limitado a la información, controles a lo que se podía investigar y publicar.
Salvo excepciones honrosas, los medios y los periodistas que en ellos laboraban se tenían que enfrentar a condiciones que los empujaban lo mismo a la autocensura que a la corrupción abierta o discreta, no había muchas otras maneras de sobrevivir en ese mundo. Insisto, siempre con algunos comunicadores, muchos de ellos heroicos, que lograban resistirse y que preferían correr los riesgos de ejercer correctamente su profesión.

A la “primavera” mexicana de mediados y finales de los 1990s la caracterizó una acelerada y para algunos descontrolada apertura que, al darse durante acontecimientos tan noticiosos como el levantamiento zapatista en Chiapas o el asesinato de Luis Donaldo Colosio, solo aumentó el apetito del público por más y mejor (y sobre todo más creíble) información.

Como en tantas otras cosas, la apertura mexicana tuvo efectos positivos también en este terreno, entre ellos la mayor competencia por las audiencias generó una mayor profesionalización y por ende mejores sueldos y condiciones laborales, nuevos estándares éticos (que no se universalizaron) y un nuevo gran diferenciador: la credibilidad.

A más de dos décadas, todo eso parecería en balde. Vemos como solo algunos resistieron las presiones y/o las tentaciones, mientras que muchas de las más añejas y nefastas prácticas resurgieron, pero con un macabro agravante, el del crimen organizado. De repente ya no solo de dueños, editores, políticos o empresarios chapados a la antigua, ahora las presiones y amenazas llegan con balazos, bombas y muertos, muchos muertos.

Y ante la peor amenaza a la libertad de expresión, nadie hace algo útil, más allá de discursos vacuos y promesas que no se pueden cumplir, o de retórica oportunista que solo busca sacar provecho político.

En el colmo, hay funcionarios que se atreven a culpar a los reporteros asesinados “por andar en malos pasos”, por recibir instrucciones del narco, como si lo hicieran por voluntad propia, como si tuvieran otro recurso, como si sus asesinatos no quedaran impunes una y otra vez, como si la misma complicidad de policías y políticos no fuera la que los deja en la indefensión.

Y por si todo eso fuera poco, por si no fuera el nuestro uno de los países más peligrosos para los periodistas de verdad, que se arriesgan día a día para decirnos lo que está sucediendo, surge ahora la tentación autoritaria de los po líticos, que en la calumnia y el insulto creen que pueden resolver sus problemas de imagen.

Me refiero a López Obrador pero no solo a él. Es recurso común de los funcionarios decir que los medios los atacan “porque no les dan dinero”, como afirma El Bronco, o que recurren a la amenaza e intimidación desde la prepotencia que les infunde su cargo público.

Mal momento para hacer periodismo en México, pero mucho peor si la sociedad, si los ciudadanos, no acompañamos y blindamos su trabajo.

Yo, por mi parte, expreso mi mayor respeto a quienes ponen todo sobre la mesa para que nos acerquemos más a la verdad. ¡Salud!

Analista político y comunicador.

@gabrielguerrac

Gabriel Guerra Castellanos.

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