Viajo por el país, a cada rato, por los más diversos motivos, y escucho, a donde voy, una misma serie de interrogantes: ¿Qué nos pasó? ¿En qué momento se nos fue el país? ¿Cómo pudimos permitir esto?

Criminalidad, violencia, crimen organizado, corrupción, complicidad, pérdida de valores, descomposición social, estancamiento económico. Crisis, crisis, crisis tan lejos como alcanza la vista, tan cerca como se estira la mano, ahí está, ahí se percibe y no, no está en nuestras mentes, pero lamentablemente sí está en nuestro ánimo, en nuestro espíritu.

Me llama la atención (no diré que me asombra porque hay cosas que trístemente tiene uno que dar por hecho) la enorme desconexión entre el sentir social por un lado y el hablar y accionar de las élites políticas y empresariales. Como en un tren sin frenos que corre a toda velocidad rumbo al precipicio, discuten acerca de cómo mejorar el desempeño de la máquina, si subir o bajar el sueldo de los maquinistas, cuál debe ser el menú del vagón comedor, a qué proveedor encargarle las piezas de repuesto. Y cómo beneficiarse en el proceso, obviamente.

Pero así como ellos están desconectados, desfasados, el resto de los ciudadanos no anda mucho mejor. Cada quien escoge a sus héroes y villanos, y no hay narrativa, no hay hecho contundente, que los saque de su caracterización, o mejor dicho de su caricaturización. Contrario a la más elemental lógica, cada quien acomoda las cosas para que se acomoden a su propia perspectiva.

Un buen ejemplo es el muy actual asunto del robo de combustible. A lo largo de muchos años, lo que era originalmente una operación hormiga se ha tornado en la marcha de los elefantes: las dimensiones del robo superan con mucho lo que en cualquier país mínimamente ordenado sería posible. A diferencia del narcotráfico, todo esto sucede a plena vista, en ductos perfectamente ubicados, con clientes altamente visibles, con la omisión o la franca complicidad de autoridades de todo nivel.

Y claro, en cuanto literalmente estalla el asunto, se politiza: el gobernador tal o cual, el partido equis o zeta, pero convenientemente se olvida que esto se ha dado en diferentes sexenios, en diferentes administraciones de Pemex, que los clientes no son solo pobladores de bajos ingresos, sino también empresarios gasolineros y grandes compañías que se aprovechan. Esas mismas cuyos directivos no paran de hablar de la necesidad de aplicar la ley y combatir la corrupción y la impunidad.

Podemos también hablar del combate al crimen organizado en su más amplia acepción. Y nos topamos con que lo fácil es descalificar la labor de las Fuerzas Armadas, pero nadie propone más allá de la retórica fácil y simplista. Y nadie, desde hace décadas, se ha ocupado en serio de formar, entrenar, equipar a policías estatales, a Ministerios Públicos, a jueces y funcionarios del sistema judicial.

Estamos ya en los finales de la segunda década del nuevo milenio. Hace cuando menos treinta, si no es que cuarenta años, que sabemos quién es el enemigo, de que tamaño son su alcance y poderío. Y más allá de lo que opinemos acerca de la legalización de las drogas, el hecho es que hemos permitido el surgimiento y consolidación de un poder alternativo al del Estado.

Ante la barbaridad que eso implica, ante el suicidio colectivo que significa permitirlo, nadie hace nada de consecuencia. El tren sin control sigue su marcha y los pasajeros discuten y se quejan del servicio y de la vista.

Mientras tanto, el precipicio, inamovible, nos aguarda.

Analista político y comunicador.
Twitter: @gabrielguerrac
Facebook: Gabriel Guerra Castellanos

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