Era tristemente predecible. Las marchas convocadas para manifestar la unión de los mexicanos en contra de Donald Trump no lograron la participación masiva que sus organizadores esperaban. Entre 20 y 30 mil en la Ciudad de México, unos pocos millares en Guadalajara, unos cientos en Querétaro, y así por el estilo en el resto del país. Ni siquiera alcanzan el calificativo de simbólicas, así de deslucidas fueron.

No lo celebro, para nada. Pese a mis dudas acerca de la convocatoria y las muchas causas que terminaron entremezclándose, esperaba que la marcha de Vibra México tuviera una participación muy superior, que una larga y nutrida serpiente blanca cubriera el trecho del Auditorio Nacional al Ángel de la Independencia, que predominaran las exigencias de respeto a México y de rechazo a las políticas y las expresiones de odio de Donald Trump.

Por desgracia no fue así. Y más que festejar el fracaso ajeno como muchos, o de tratar de justificar la muy baja participación, como otros, creo prudente echar un vistazo a lo que parece una triste paradoja: que en la segunda nación (después de EU) más afectada por las políticas de Trump, no se logre reunir a un numero significativo de personas dispuestas a manifestarse a favor de su país, sus compatriotas, sus intereses, su dignidad.

Me enfocaré en los esfuerzos de Vibra México, por mucho la más seria de las alternativas este domingo. Los intentos de la señora Isabel Wallace por promover una marcha paralela y de no sumarse a la que tenía más representatividad y convocatoria solo la definen a ella. Y el que haya salido literalmente por piernas es harto ilustrativo. Una vez aclarado ese punto, vamos a lo sustancial.

1. Convocar a una movilización no es tarea sencilla. No bastan ni el prestigio ni la fama ni el numero de lectores o de seguidores en redes sociales. Se requiere de mucho trabajo de calle, de banqueta, de acercamiento personal y, también, de convencimiento, de suma de voluntades. Las principales oposiciones a la marcha vinieron de un sector de la izquierda que no se sintió representado y, de manera soterrada, de personeros del oficialismo. Tal vez era imposible persuadirlos, pero muchos otros mexicanos no se sintieron convocados, convencidos. Al descalificar a los indecisos o críticos, como muchos de los promotores de la marcha hicieron, solo los alejaron.

2. La multiplicidad de causas y mensajes hace muy complicado movilizar a las masas. Una revisión de la página de Vibra México sumada a un vistazo a muchas de las entrevistas que dieron sus voceros nos deja con tal cantidad de temas y causas que, además de confundir al público alejó a muchos que probablemente hubieran marchado por una o dos, pero no por las demás. Y ciertamente no por tantas que además no tenían necesariamente conexión entre si. Yo ciertamente suscribo todas o casi todas, pero no en una ensalada.

3. No todo es culpa de los organizadores o de la convocatoria. Ciertamente hubo contracampaña pero también apatía e indiferencia de muchos ciudadanos que ni siquiera se interesaron. Y si a eso sumamos a los dudosos que se sintieron excluidos o ignorados, tenemos el peor de los resultados: una participación mínima y dividida que por lo tanto no pesa absolutamente nada en el asunto central. No creo que Trump fuera a variar un ápice su postura ante una mayor asistencia, pero muchos en su equipo, en los medios y en la sociedad estadounidense tomarían nota, como seguramente ya tomaron nota de la pasividad mexicana.

4. Finalmente, vemos que los protagonismos y las divisiones que tradicionalmente han caracterizado a la izquierda mexicana no son exclusivos de ella, sino de todos. Afloraron y sabotearon lo que era una idea noble aunque mal implementada.

Pierden, al final, México y los mexicanos de aquí y de allá. No hay ganadores. Pero eso sí, nadie sacrificó su lugar en la primera fila y nadie puso en riesgo su pureza ideológica.

Explíquenle eso a los mexicanos que viven en EU. Seguro los hará sentir mejor.

Analista político y comunicador
@ gabrielguerrac

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