La semana pasada llegó a su fin una de las más cortas y desafortunadas gestiones diplomáticas que yo recuerde. Tras apenas siete meses, que a algunos parecieron eternos, el embajador de México en EU, Miguel Basáñez, fue relevado de su cargo. De poco le sirvieron sus credenciales académicas, sus conocimientos en el mundo de las encuestas, los estudios de opinión pública y su cercanía con el Presidente de la República.

Basáñez no supo traducir sus aptitudes en un buen desempeño. Tal vez porque no entendió correctamente su función, tal vez porque se sintió con las libertades que dan el cubículo y el aula, tal vez porque pensó que la cercanía con Los Pinos le daba carta blanca para “iniciativas”, como la de anunciar un fondo y un programa que sólo él conocía (o imaginaba) para fomentar que mexicanos en EU obtuvieran la nacionalidad estadounidense, o hasta una conferencia en Londres (¡!) en la que expresó su admiración por Margarita Zavala y su deseo de que sea exitosa su búsqueda por la candidatura a la Presidencia. Basáñez hablaba de más, pero actuaba de menos. No tardó en generar antipatías lo mismo en Los Pinos que en la Cancillería, sumadas a la apatía e incomodidad del personal adscrito a la embajada en Washington.

Siete meses que coincidieron con uno de los momentos más tensos y des-afortunados en la historia reciente de la relación entre México y su poderoso vecino. A más del paulatino y prolongado deterioro de la imagen de nuestro país en el mundo, especialmente en EU, la campaña de Donald Trump ha revelado algo que ya estaba latente y que el multimillonario ha sabido explotar muy bien: el temor, la desconfianza de un sector importante de los estadounidenses hacia todo aquello que tenga que ver con México. Llámese migración, violencia, narcotráfico, comercio o empleos, las clases medias norteamericanas se sienten amenazadas. Trump no lo inventó, sólo lo ha sabido aprovechar. Y el embajador de México no supo ni analizar correctamente el entorno ni proponer una estrategia coherente. Su atención estaba en otras cosas.

Al relevo llega, siempre y cuando el Senado mexicano lo ratifique, un profesional de estos menesteres. Carlos Manuel Sada tiene una larga trayectoria, que demuestra una vez más que no es necesario ser diplomático de carrera para tener un destacado desempeño. Probado ya en puestos relevantes en EU, Sada deberá poner orden en una embajada al garete y reconectar con las comunidades mexicanas, que tan valiosas aliadas deberían ser en momentos difíciles como estos. Eso, claro, además de sus muchas otras obligaciones, en una misión que casi equivale a una secretaría de Estado.

Simultáneamente a su nombramiento se anunció otro, el de Paulo Carreño King, como subsecretario para América del Norte en la Cancillería. Sin experiencia diplomática, Carreño King conoce muy bien de medios y estrategias de comunicación, y era hasta hace días el encargado de la relación de la Presidencia con la prensa internacional, además de promover la marca país desde Los Pinos. Su entendimiento de esos temas resulta indispensable para tratar de revertir, ahora desde su nuevo encargo, el deterioro de la imagen nacional al que me refería yo líneas arriba.

La relación México-EU es una de las más diversas y complejas en el mundo entero. Toca una multitud de aspectos que afectan directa o indirectamente a más de 450 millones de personas y tiene repercusiones mucho más allá de ambos países. Es una pena que, por intereses personales y partidistas de algunos republicanos, como Marco Rubio, la embajada estadounidense en México se encuentre vacante, pero una buena noticia es que el gobierno de México haya reforzado su alineación.

Estos dos funcionarios, el diplomático experimentado y el novel, tienen frente a sí una enorme tarea. A todos nos va mucho en que tengan éxito, y yo se los deseo de todo corazón.

Analista político y comunicador.
@gabrielguerrac
FB: Gabriel Guerra Castellanos
www.gabrielguerracastellanos.com

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