Hoy inicia en forma el proceso para seleccionar a los candidatos a la presidencia del país más poderoso del mundo, que se presume como su más avanzada democracia, mayor libertad de expresión y mayor pluralidad de ideas. Bueno, al menos eso piensan de sí mismos algunos estadounidenses.

Cada uno de los 50 estados de la Unión Americana sostendrá su propia versión de una elección primaria, con reglas que difieren ligeramente y con un calendario dictado más por la tradición que por un sentido real de proporcionalidad o representatividad política o demográfica. Así, tenemos que Iowa, con una importante población rural y altos índices de religiosidad, y New Hampshire, liberal y de avanzada en temas sociales, son los dos con los que arranca el calendario, y a partir de los cuales, meses o años de trabajo político, de esfuerzos de organización y promoción, pueden consolidarse o irse al bote de la basura. Un mal desempeño en cualquiera de esos dos puede sepultar una candidatura, al alejarse del centro de la atención mediática y, más grave aún, del ojo y favor de los donadores. Y sin dinero, es bien sabido, no hay perro que baile.

Las votaciones primarias son eso, una elección en la que simpatizantes o militantes de cada partido acuden a votar a favor de su candidato favorito. Cambian los criterios para poder participar: en algunos estados son sólo militantes registrados, en otros lo pueden hacer también independientes. Cada estado tiene asignado un cierto número de delegados para la convención de los respectivos partidos, por lo que, por ejemplo, California o Texas tienen un peso desproporcionado que puede ser compensado por los tiempos del calendario. Quien gana las primeras contiendas va adquiriendo una inercia (momentum que le llaman en inglés) que puede volver inevitable su triunfo. Para hacerlo aún más barroco, en algunos estados los delegados se asignan de manera proporcional, mientras que en otros aplica la regla de winner takes all (el ganador se lleva todo), lo cual hace más fácil que la contienda interna se decida pronto.

Si ya entendimos eso, nos falta hablar de los caucuses, que son una suerte de asambleas vecinales en las que cada candidato tiene representantes que se pronuncian a su favor para que luego los asistentes voten, a veces con papelitos escritos a mano en el momento, a favor de su preferido. Es un ejercicio casero, que remonta a los orígenes de esta nación, y que probablemente resultaba bastante fiel reflejo del sentir de la comunidad en esos tiempos. Hoy es sólo espejo del activismo, de la capacidad de movilización o del fanatismo de los seguidores o promotores de cada campaña.

Ahora, tanto en Iowa como en New Hampshire, son precisamente los más radicales los que llevan las de ganar. Tanto Donald Trump como Ted Cruz, del lado republicano, y Bernie Sanders del demócrata, representan a diversos segmentos del electorado estadounidense que tienen solamente algo en común: su enojo, su indignación y su profundo rechazo a todo lo que huela al establishment , al statu quo, al Washington tradicional y anquilosado.

Desde la derecha que se pretende evangélica de Cruz, el populismo hoy conservador, ayer liberalón y mañana quien sabe de Trump, y la izquierda moderada pero para EU extrema de Sanders, hay mucha rabia y mucho coraje motivando a los votantes.

En un sistema como el estadounidense, que privilegia la emoción por encima de la razón, muy probablemente terminaremos con candidatos que sean mucho más reflejo de los extremos que del centro. Mucho más portavoces del rechazo que de la propuesta, y más demagogos que políticos serios. Sanders es de los tres el más mesurado, pero le habla al mismo tipo de público.

El enojo es mal consejero y más aun en política. Y si se trata de elegir al presidente de EU, peor todavía.

Abróchense los cinturones, que esta carrera ya comenzó.

Analista político y comunicador

@gabrielguerrac

www. gabrielguerracastellanos.com

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