El papa Francisco se ha convertido en un respetado y querido líder mundial en muy poco tiempo.

Lo ha logrado por su gran experiencia en el trabajo de base, por su formación jesuita, su sencillez y la claridad de sus ideas. Vive lo que predica y predica el espíritu de Jesucristo por encima del dogma católico.

Como todo líder importante, es controvertido y no sólo tiene muchos seguidores, sino también críticos severos.

Quizá la crítica más recurrente que he leído sobre su actuar es que participa mucho en política: opina sobre temas como el medio ambiente, la justicia social, los inmigrantes, las guerras, el narcotráfico y la pobreza, entre muchos otros temas y afirman sus detractores, el Papa debería dedicarse a la vida de la Iglesia Católica exclusivamente.

Para mi sorpresa, y debo admitir regocijo, escuché una respuesta muy clara a la solicitud que le hizo un joven en una audiencia pública: “Como adulto en la escuela jesuita, ¿cuál debe ser hoy el compromiso de los católicos y su trabajo tanto en Italia, como en el mundo, para ser más jesuítico, más evangélico?”.

Francisco, sin reparo, contestó a bote pronto: “Involucrarse en política es una obligación para un cristiano”, “nosotros no podemos jugar a ser Pilatos y lavarnos las manos. No podemos”, “debemos involucrarnos en la política”, “porque la política es una de las formas más altas de la caridad”, “porque busca el bien común”, “y los laicos cristianos deben trabajar en política”, “alguno me dirá… Pero no es fácil”, “bueno, tampoco es fácil ser sacerdote. No son cosas fáciles, porque la vida no es fácil”, “la política está muy sucia. Pero yo me pregunto: Está sucia ¿por qué?”, “¿por qué el cristiano no se involucra en ella con espíritu evangélico? Es una pregunta que yo me hago”, “Es fácil decir ¡la culpa es de los otros!”, “pero yo, ¿qué hago? ¿No?”, “¡es un deber trabajar para el bien común!”, “es un deber para un cristiano”, “y muchas veces el camino para trabajar es la política”.

Lo relevante es que señala la participación política como un deber, no como una opción y no menciona a la estructura eclesiástica sino a los laicos.

En su visión la búsqueda del bien común no se reduce a cumplir en lo individual con la norma cristiana, sino a actuar para el logro de un impacto colectivo para lo cual la política se presenta como un medio idóneo para realizarlo.

Cristo no fue crucificado por predicar el bien, sino por cuestionar un orden de injusticia y abuso establecido por los romanos y reproducido por los fariseos.

Las palabras del papa Francisco calan hondo en quienes admiran y siguen la figura de aquel profeta nazareno.

Si el buen juicio no lucha por prevalecer en la vida política, no se pueden esperar resultados diferentes.

A quienes critican al Papa por meterse en política, habrá que decirles que tendrán cada vez más materia para rasgarse las vestiduras.

Presidente ejecutivo de Fundación Azteca.

emoctezuma@tvazteca.com.mx

Twitter: @EMoctezumaB

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