Desde la victoria electoral de Donald Trump he realizado cuatro viajes de exploración a Estados Unidos. La opinión más constante, lo mismo de liberales que de conservadores, es que México es el país que puede resultar más afectado por las políticas y la incertidumbre que creará la nueva presidencia. La otra constante, que también nos impacta, es que la gente que votó por él no le va a permitir que olvide sus promesas de campaña. Ellos se encargarán, más que el propio Congreso, de recordarle que se comprometió a construir un muro que paguemos los mexicanos, que expulse a un número inédito de indocumentados y que revise o de plano cancele el Tratado de Libre Comercio.

Ante lo imprevisible y potencialmente pernicioso que puede ser este personaje para los intereses y la estabilidad de nuestro país, resulta indispensable que México fortalezca sus herramientas de política exterior, en especial la Cancillería. La coordinación de esfuerzos de todo tipo que se requiere para enfrentar el fenómeno Trump, aconsejaría que la Presidencia estableciera una suerte de cuarto de guerra o centro de decisiones, en el cual pueda echarse mano de todos los instrumentos del Estado y permita que la acción del gobierno opere bajo un plan estratégico bien orquestado. Si ese grupo de trabajo no se crea, la Cancillería debe convertirse en el punto focal para la ejecución de la estrategia mexicana. Esto es natural, al ser Relaciones Exteriores la entidad mejor informada de los movimientos y posturas del vecino.

Contrario a estos objetivos, la SRE termina el año especialmente debilitada, tanto en el plano político como en el presupuestal. A 22 días de que tome posesión Donald Trump, ronda la persistente especulación de que Claudia Ruiz Massieu será sustituida por Luis Videgaray. Puede tratarse de un simple rumor. Pero sea cierto o falso, poco ayuda a una institución que tendrá un papel clave en la conducción de la relación bilateral más importante. Como en pocas ocasiones, la diplomacia nacional requiere de objetivos e instrucciones claras. Más allá de quien encabece la Cancillería, antes que el hombre o la mujer, se requiere del plan y de la estrategia (como ha dicho el propio Presidente para efectos de la sucesión en 2018). Los retos que se avecinan no dan margen para la improvisación y la inestabilidad en la política exterior mexicana.

Resulta indispensable que alguien o un grupo ad hoc dirija una compleja partitura en la que entrarán en juego lo mismo asuntos migratorios y comerciales que fronterizos, financieros y de seguridad. Ante todo, deberá establecerse el método de negociación a seguir con Washington. Tenemos dos opciones principales: dividir la agenda para que algún tema no contamine al resto de los asuntos, como se ha hecho en el pasado. O bien, entrar en el terreno inexplorado de poner todos los ingredientes en la mesa, intercambiando beneficios y concesiones entre cuestiones tan diversas como pueden ser el combate al narcotráfico o el trato a la inversión extranjera. Cualquiera de los dos escenarios reclama un ejercicio estratégico antes de que llegue Trump a la Casa Blanca. El tiempo apremia y México es quien tiene que tomar la iniciativa.

Internacionalista

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