A estas alturas, resulta inevitable hacer la comparación entre las experiencias de integración entre América del Norte y la Unión Europea. En el lapso de una semana coincidieron la retirada del Reino Unido del espacio común europeo y la reunión trilateral de los lideres de Norteamérica. En medio de estas dos, aparece el ataque más feroz que haya lanzado Donald Trump en contra del TLC. Buen coctel.

Por muchos años se vio al NAFTA como una versión descafeinada del proceso desarrollado por los europeos, sin moneda común, sin parlamento, sin burocracia regional y sin una versión local de Bruselas, como sede de los poderes de la zona que compartimos. Mirando lo que ha ocurrido en Europa en los últimos cinco años, el proyecto norteamericano brilla por su pragmatismo, su eficiencia para detonar inversiones y ensanchar el comercio. En las dos décadas de vida del TLC, se han generado poco más de 20 millones de empleos directos y se han cuadruplicado los flujos de bienes entre las tres naciones. Todos los días se intercambian productos por más de 3.4 miles de millones de dólares.

En la Unión Europea el proyecto de integración tenía más que ver con garantizar la seguridad continental, que con el comercio y las inversiones. El propósito esencial consistía en crear una red de intereses tal, que ya nadie se atreviera a provocar una nueva guerra. La Brexit pone ahora en riesgo ese valor superior. Basta ver lo ácido que se ha tornado el ambiente en contra de los británicos en el Parlamento Europeo. La Europa unida les hará pagar cara la osadía de retirarse del espacio común. No se pierdan la arenga del líder del UKIP, el Partido Independentista del Reino Unido, Nigel Farage, en Bruselas y los abucheos (mentadas diríamos por acá) que le dedicaron sus todavía colegas.

Los talones de Aquiles de la UE han sido la introducción de la moneda común, con resultados como el de Grecia, la política migratoria y de movilidad laboral que inclinó a los británicos a retirarse de la Unión y la pesada burocracia continental.

En América del Norte se repudió desde un inicio la creación de un aparato regional que dictara normas generales y limitara las facultades soberanas de las partes. Los tres países de nuestra región tienen un régimen de flotación cambiaria, pero no se ha caído en la tentación de crear una moneda común. En América del Norte se ha creado un espacio favorable a los negocios, donde la intervención gubernamental consiste en estorbar lo menos posible. En Europa se intentó crear una suerte de nación continental, hasta que soplaron nuevamente los vientos del nacionalismo y el proteccionismo. En el Viejo Continente tienen tarea para rato después del Brexit. No es buen inicio el repudio de todos contra el Reino Unido. Tratarlos como unos apestados, por más que les haya dolido su retirada, es mala consejera para un continente con una tradición bélica tan acendrada.

Y en medio de estos dos contrastes regionales, sale el candidato republicano Donald Trump con un discurso incendiario que, de materializarse, podría quitarle alrededor de 12 millones de empleos a sus propios ciudadanos. ¡Quiere independizar a Estados Unidos de México y de Canadá! El paso siguiente es que Texas, principal beneficiario del TLC, decida seguir el camino de Escocia y deje al señor Trump en su soledad.

Internacionalista

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