Minutos antes de dar su informe de gobierno, el presidente Peña Nieto apareció en un video de Periscope para mostrar lo que sucede detrás de cámaras previo a su salida en escena. En el video podemos ver el momento en que Peña Nieto se pone la banda presidencial. Quizás su intención era borrar la innecesaria solemnidad que caracteriza a los políticos priistas y que ha sido la insignia de a su acartonada administración. Quizás simplemente pensó que sería una buena forma de aparecer espontáneo y natural. El presidente que fue creado por el rimmel y las cámaras quiso dar testimonio de que es capaz de existir detrás de ellas.

Pero la realidad dio cátedra de las razones por las cuales el presidente ha sido constantemente protegido de ella. Se mostró como es: irreverente e imperfecta. Mientras que el presidente explicaba los pormenores de cómo debe utilizarse la banda presidencial, ésta se deslizó de sus manos y estuvo a punto de caer al piso. La metáfora fue elocuente y oportuna en el marco del informe de gobierno. Mientras el discurso busca desesperadamente construir una narrativa implausible pero optimista, la realidad se escapa. Como discurso y realidad no existen en el mismo plano, la enarbolación de uno significa el desdeño de la otra. Concentrado en la estética del discurso, la nación se le desliza.

En teoría parecería adecuado que un presidente tuviera la posibilidad de defender su gestión, analizar sus logros y plantear nuevas medidas. El problema es que la tradición política mexicana ha creado una institución del vacío. El informe de gobierno nunca tiene ninguna interlocución con lo que sucede en el país. Si alguien hiciera el vano ejercicio de leer los informes presidenciales de las últimas décadas estaría conducido a pensar que México debería ser, a estas alturas, una país de primer mundo. Al contabilizar el número de escuelas construidas, casas regaladas y programas sociales emprendidos, un científico social no tendría duda de que México ha arribado al mundo desarrollado. El error es aritmético; la suma de los logros no da como resultado el mundo en el que vivimos. La situación es preocupante: o las políticas públicas que presumen los presidentes no han logrado tener consecuencias palpables en el país, o simplemente sus logros no son lo que ellos dicen. Estamos ante un desolador dilema: décadas de políticas públicas inconsecuentes o gestiones mentirosas y narcisistas.

Cuando dos planos se separan se crea un vacío. Eso es lo que ha sucedido en México; la realidad y el discurso existen en dos planos tan alejados que producen un espacio entre ellos. Un vacío es un espacio esperando a ser cubierto. Por ello, entre más vasto sea este espacio se vuelven más fáciles las intromisiones. El presidente Peña Nieto aprovechó el marco de su informe de gobierno para alertar sobre la posible irrupción del populismo ante el descontento generalizado. “El riesgo es que en su afán de encontrar salidas rápidas, las sociedades opten por salidas falsas.” explicó el presidente refiriéndose a Andrés Manuel Lopez Obrador.

Lo que Peña Nieto no parece entender es que la resurrección política del ex-jefe de gobierno es consecuencia directa de las carencias de su administración. Entre más se sigan separando la realidad y el discurso, más espacio tendrá Obrador para ocupar. La disociación entre la narrativa federal y lo que la mayoría de los mexicanos perciben como la realidad es lo que permite la proliferación de las ideas que el presidente considera peligrosas.

En ese sentido el informe de gobierno de Peña Nieto fue un hecho más que abona a esta distancia entre lo palpable y lo irreal. El presidente reconoció el malestar de la población como si ese malestar fuera un hecho aislado de las decisiones de su administración. Habló de la crisis de su gobierno como si fuese una crisis de percepción sin base en los hechos. Ese es el problema de vivir tan distanciado de la realidad: cuando un problema verdadero surge, la resolución siempre es en el campo de la forma y nunca en el fondo. Es el caso de Ayotzinapa, Tlatlaya y del conflicto de intereses en las casas que se le adjudican. El presidente cree que el teatro y sus discursos resuelven los problemas de la realidad.

En un momento de su video de Periscope, Peña Nieto fue interrumpido por un personaje fuera de cámara. Preocupado, el presidente se volteó hacia él. “¡Están escuchando!” le dijo señalando hacia la cámara. La realidad insiste en interrumpir el paso ágil de la narrativa peñanietista y el presidente insiste en intentar contenerla, ignorarla o disfrazarla. Incluso “tras bambalinas” la gestión de Peña Nieto parece resistirse con vehemencia y una cierta torpeza a la interferencia del exterior. Todo lo que está fuera del guión molesta y estorba el paso firme y seguro de su narrativa. En el mundo de Peña Nieto, detrás de las cámaras siempre hay otra cámara.


Director: Los hijos de la Malinche

@emiliolezama
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