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El anuncio de la contratación de Juan Carlos Osorio como nuevo director técnico de la selección nacional trajo consigo uno de los episodios más lamentables del parroquianismo mexicano.
Algunos entrenadores del medio local acusaron la decisión de malinchista y declararon que el técnico colombiano no tiene méritos. Su enojo es comprensible, muchos de ellos aspiraban a dirigir a la selección, pero sus acusaciones se asemejan más a la xenofobia. Su patrioterismo estaría mejor plasmado a la hora de escoger a los jugadores que conforman los planteles de sus propios clubes. La cantidad de extranjeros en el fútbol nacional es absurda. ¿Malinchismo? habría que preguntarle a esos mismos tecnicos.
A ellos se ha unido un grupo importante de “periodistas” que rechazan la designación de Osorio bajo el concepto de que el colombiano ignora nuestros defectos; aquello que algunos de ellos llaman la “idiosincrasia del jugador mexicano”.
Este argumento es altamente cuestionable. Hablar de la idiosincrasia del jugador nacional se ha convertido en un “lugar común” para la crítica superficial y automática. ¿En qué consiste la idiosincrasia del jugador mexicano? ¿En el síndrome del “Jamaicón”? ¿Sus caprichos? ¿Las comodidades que viven en el fútbol local? El concepto es sospechoso. Pero incluso si llegáramos a aceptarlo es dificil entender los reproches a Osorio por desconocerlo.
El asunto presenta una paradoja. Una gran cantidad de selecciones en el mundo han sido exitosas bajo el mando de técnicos originalmente ajenos a su medio local. Ante ello surge una pregunta: ¿Somos los únicos con jugadores idiosincráticos? Si este es el caso entonces urge acabar con este vicio, y si no, entonces no hay razón para preocuparse. En ambos casos, la presentación de un técnico ajeno al medio local no parece sino un acierto.
Existen muchas hipótesis que explican la falta de jugadores mexicanos en Europa. Desde teorías “culturales” hasta argumentos económicos han querido hacer cuenta de ello. Menos cuestionados han sido los técnicos nacionales. Nuestros entrenadores viven de un conformismo cínico. Juzgan sin jamás haber abandonado el territorio nacional. Su filosofía es la del mediocre triunfante: han encontrado la fórmula para sobrevivir en una liga mediana a través del aislamiento y el reciclaje. Su método de defensa consiste en protegerse de los peligros externos que pudieran reemplazarlos; el gremio se defiende de los intrusos.
Durante décadas un pequeño puñado de técnicos han desfilado por todos los clubes del país. Su nomadismo es ilusorio y falso: Dan la sensación de movimiento pero su desplazamiento es escaso. Dentro del mundo del futbol, su trayectoria es la estática.
Son ellos los que han fomentado la idea de que el jugador mexicano “es diferente” y debe ser tratado de manera especial para que funcione. Esta teoría es su mejor arma en la lucha por la autopreservación de la especie. En ella han encontrado una justificación a su presencia, han creado una necesidad de su perpetuación. Pero su lógica es casi lastimosamente indulgente; ‘se necesita un mediocre para entender a los mediocres.’ parecerían pregonar. Aún así, sus argumentos han quedado obsoletos ante una camada nueva de mexicanos que ha salido del país en busca de la gloria.
Algunos periodistas han caído en su trampa. Einstein ofreció una fórmula para definir la locura: repetir los mismos métodos esperando resultados diferentes. En los últimos años han desfilado por la selección una parafernalia de técnicos curtidos en las formas del jugador local. Su conocimiento de este mundo no los ha ayudado a triunfar. Al mismo tiempo, su condición de miembros “internos” de nuestra comunidad futbolística les ha impedido aportar elementos vanguardistas al futbol nacional.
En ese contexto surge entre algunos periodistas un extraño síndrome de nostalgia del fracaso. ¿Si Guardiola decidiera dirigir a México lo tacharían por desconocer la idiosincrasia del jugador mexicano?
El nuevo técnico nacional es culto y estudiado. Su conocimiento no le garantiza el éxito pero al menos sienta las bases para entender el fracaso. En su columna en Récord, Luis García celebró su llegada, subrayando la importancia de que un técnico lea y hable de futbol. ”Los libros son tus grandes aliados, asunto poco común, al final los resultados son los que definirán tu derrotero, pero no tengamos la mínima duda que utilizando la carretera del estudio es más probable que la pelota bote a tu favor.” -dice el ex futbolista. A algunos la cultura los intimida, otros entienden su importancia.
El futbol internacional no se juega con idiosincrasias mexicanas. Décadas de fracaso lo comprueban. Osorio podrá triunfar o fracasar, se confunden los que creen que el periodismo deportivo es una arte adivinatorio, pero ha puesto elementos sobre la mesa que dan posibilidades teóricas de un éxito.
El éxito mismo tiene muchas formas de medirse. Menotti revolucionó el futbol mexicano pero fue considerado un fracaso por los federativos y cesado de la selección. El efecto de sus breves meses con la selección ha tenido repercusiones más profundas y duraderas que el de todos los técnicos que lo siguieron comprobando que el éxito no siempre viene disfrazado de victorias.
No hay duda de que los mexicanos tenemos particularidades sociales, históricas e individuales. Nuestra cultura, como todas, está llena de virtudes y defectos. Pero el concepto de la “idiosincrasia del jugador mexicano” se asemeja demasiado a una justificación obsoleta y una necesidad absurda por autolimitarnos. Si los técnicos mexicanos van a reclamar su derecho a la selección nacional que no sea por su conocimiento de la idiosincrasia, sino del futbol internacional. Para ello, tendrán que empezar a dejar su zona de confort.
Director de Los hijos de la Malinche
@emiliolezama
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