Uno de los principales indicadores para medir el potencial económico de un país es el de la cantidad y calidad de sus carreteras. De ello depende el libre flujo de mercancías, el éxito del turismo y, en el caso de México, también la visita de familiares que vienen de tan lejos como Estados Unidos. Es un enorme problema, por lo tanto, que crezca la inseguridad en las vías terrestres del país, pues pega en nuestras más básicas formas de sustento.

El 91% de los asaltos en carretera ocurre en Chiapas, Puebla, Tlaxcala, Guerrero y Oaxaca, de acuerdo con el último reporte del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. En Chiapas, el crecimiento fue el mayor: en los primeros ocho meses de 2015 hubo 92 asaltos; en lo que va de este año se registraron 203, un aumento de 120%. Es decir, hay un rezago focalizado que debería ser, por tanto, más sencillo de diagnosticar y atender por parte de autoridades locales y federales.

El dato quizá más preocupante es que en esas cinco entidades el robo con violencia tuvo también un incremento, 36% más que en 2015. Camiones de carga son las principales víctimas, luego le siguen los automóviles particulares y después los autobuses de pasajeros.

Un incremento en el robo con violencia representa una descomposición ulterior: al detectar la impunidad de sus actos, los delincuentes cometen otros delitos. La denuncia que hizo una ciudadana en redes sociales —una violación en un autobús de pasajeros— sacó a la luz un problema que quizá de otra forma no habría sido tomado en cuenta.

En los primeros cinco meses de 2016, el Sistema Nacional de Seguridad Pública ha registrado 5 mil 267 averiguaciones previas por denuncias de violación, 307 más que en el mismo periodo de 2015. Las autoridades carecen de cifras precisas sobre los lugares donde ocurren las violaciones, pero los casos documentados confirman un incremento.

Los relatos de terror en carreteras son frecuentes. Se narran asaltos a camiones de turistas, a autobuses de pasajeros que son desviados hacia caminos secundarios para atracarlos, así como ataques a quienes hacen pausa en el camino para descansar o a quienes descienden del autobús y caminan un tramo en la vía.

La amenaza es únicamente para quien carece de dinero, porque quien puede pagar transporte aéreo lo hace. Es por ello que en los últimos 15 años más de mil unidades particulares de aeronaves se incorporaron al mercado.

La solución a este mal no puede seguir siendo el mero envío de personas para vigilar carreteras. Se requiere la participación de los transportistas y el empleo de tecnología. ¿Para cuándo?

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