Turquía, nación de gran importancia geopolítica debido a su posición estratégica entre Europa y Asia, fue escenario, hace unas semanas, de un fallido golpe de Estado que al día de hoy ha modificado negativamente el panorama social y político de aquel país e incluso de toda la región circundante.

Como respuesta a la intentona de golpe, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, desencadenó una serie de medidas para reforzar su poder, entre las que destaca el haber despedido y/o encarcelado, de manera casi inmediata, a decenas de miles de militares, funcionarios y jueces, y se dio a la tarea de retirar al Ejército de aquellos espacios civiles en donde pudiese tener influencia. Ya antes, el presidente había puesto en marcha reformas al Poder Judicial y al sistema educativo; ahora la situación ha sido aprovechada para acelerar esas y otras reformas.

Tomando como justificación el intento de golpe de Estado, Erdogan está llevando a cabo, según el analista internacional de esta casa editorial Mauricio Meschoulam, algo que siempre había deseado: “limpiar” a Turquía de “enemigos”; purga que podría derivar en una “caza de brujas” que destierre o ajusticie no necesariamente a aquellos que vulneren los intereses y la estabilidad turcos, sino que supongan un bastión opositor al propio Erdogan y a sus ambiciones políticas, entre las que es sobradamente conocida la de permanecer en el poder el mayor tiempo posible.

Porque Turquía ha sido históricamente —y lo es aún hoy— un lugar de cruce entre las culturas orientales y occidentales, el ambiente de tensión existente en el país ha venido a complicar todavía más una región que experimenta de manera paralela varios fenómenos interrelacionados de gran complejidad, como son la existencia del grupo terrorista Estado Islámico, la guerra civil siria o el éxodo migratorio que ésta última ha llevado hacia Europa. En dichos fenómenos, además, están fuertemente involucrados países como Rusia, Arabia Saudita, Estados Unidos e Israel, por lo que el intento de derrocamiento de Erdogan ha tenido repercusiones globales como el distanciamiento entre Washington y Ankara —debido a que Erdogan acusa a Obama de solapar al presunto autor intelectual del golpe, Fethullah Gülen, político islamista radicado en EU, y del cual el presidente turco exige su extradición— y el acercamiento entre Erdogan y Putin, lo que modifica no poco el equilibrio de fuerzas en el mundo, considerando además que Turquía forma parte de la OTAN.

En este contexto, es necesario que la comunidad internacional esté atenta a lo que en el futuro inmediato pueda ocurrir en Turquía, porque sin importar si determinados sectores de la sociedad de este país fueron partícipes del intento de golpe de Estado, debe garantizarse que todos los presuntos responsables sean enjuiciados en el marco de la ley, y no se incurra en la persecución por motivos políticos orientada a la entronización de Erdogan.

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