Desde la implementación de la reforma energética a inicios de 2015, estados de la República poseedores de una economía petrolizada padecen efectos económicos adversos que, a poco más de año y medio, han venido agudizándose, en parte como consecuencia del nuevo esquema traído por la reforma, que permitió la entrada en competencia de empresas privadas, dando fin al monopolio de Pemex en la industria petrolera, y que a su vez incidió, entre otros factores, en que la empresa productiva del Estado sufriera un recorte presupuestal de 100 mil millones de pesos, lo que devino en el despido de personal y la cancelación de contratos a proveedores de la antigua paraestatal.

A nivel mundial, además, gobiernos y empresas se han visto severamente afectados por una larga racha de bajos precios del petróleo que se mantiene hasta la actualidad.

Hoy EL UNIVERSAL presenta el caso de Campeche, entidad para la que la actividad petrolera de Ciudad del Carmen aún representa 79% del PIB local, y que en el contexto actual enfrenta una severa crisis producto del cierre de cientos de pequeñas y medianas empresas y el desempleo consecuente.

Por décadas, Campeche se vio beneficiado con la producción de uno de los yacimientos petroleros marinos más grandes del mundo en su tiempo, Cantarell, que llegó a generar 2 millones 140 mil barriles diarios, pero que en 2006 sufrió un declive que se ha mantenido hasta hoy, y que deja la producción actual en sólo un millón 800 mil barriles. Un dato esclarecedor es que, pese a las dificultades internas y externas, la Sonda de Campeche aún produce 78% del crudo generado en todo México y la mitad del gas natural. No obstante ésto, el panorama económico para este y otros estados del país es desolador.

Lo que estamos viendo en Campeche, y también en Tabasco, Veracruz y Tamaulipas, no debe entenderse sólo como un efecto de la reforma energética. Por décadas estas entidades —y también la propia Federación— permitieron que su economía dependiera casi únicamente de los hidrocarburos. La falta de visión de gobiernos y el empresariado, que nunca previó las consecuencias de depender de un solo producto, es una de las principales causas de este desplome. Es evidente que se desaprovechó la bonanza petrolera para armar un programa de largo plazo que previera la caída en los precios del petróleo.

Toca ahora diseñar políticas que conduzcan una transición industrial y económica en estos estados hacia otras fuentes de desarrollo, porque independientemente de que en el corto o mediano plazo se logren superar las actuales adversidades, es impostergable que las economías de estos estados cambien el modelo de negocio de sus industrias, incluso hacia energías limpias. Los gobiernos locales y federal deberían diseñar e implementar un plan enfocado a la creación de empleos en sectores como el turismo y el campo. El tiempo y la necesidad de la gente apremian.

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