Hoy, 15 años después del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York perpetrado por la organización terrorista Al Qaeda y de la subsecuente intensa lucha internacional contra el terrorismo en Medio Oriente y Estados Unidos, primero, y en todo el mundo occidental ahora, las sociedades actuales alrededor del globo sufrimos cerca de cinco veces más muertes por ataques terroristas que en aquél entonces, según afirma nuestro colaborador Mauricio Meschoulam hoy en estas páginas.

Esto habla, en términos numéricos, del absoluto fracaso de la lucha antiterrorista internacional, pese a que algunos de los objetivos trazados al inicio de esta justa han sido conseguidos.

Un fracaso porque en estos 15 años el fenómeno político-religioso del terrorismo se ha transformado radicalmente; hoy el gran desafío es el Estado Islámico, escisión de Al Qaeda, y organización islámica aún más radical que ésta última, que a sí misma se hace llamar El Califato, en alusión al reinado de los herederos del Profeta Mahoma, pero inspirada en una interpretación extrema y equivocada de los principios de dicho profeta, y que así como emplea métodos tradicionales de terrorismo, se sirve de las redes sociales y la tecnología para atraer adeptos a su causa alrededor del mundo y hacer de ciudadanos de Estados laicos y democráticos —en su mayoría marginados de los sistemas socioeconómicos de sus países— vasallos de la yihad o ‘guerra sagrada’, y alcanzando con ello la magnitud de amenaza potencial para la seguridad mundial.

Luego de estos tres lustros, efectivamente el riesgo de sufrir ataques terroristas en Occidente con el nivel de planeación y sofisticación que vimos en 2001 en Nueva York, en 2004 en Madrid y en 2005 en Londres disminuyó considerablemente. Asimismo, afirma también Meschoulam, todos estos años las agencias de seguridad desmantelaron células, frustraron planes y atraparon a potenciales terroristas en muchos sitios del mundo.

Sin embargo, la guerra antiterrorista ha sido fallida, pues no terminó con el terrorismo, porque ataca sus efectos —los propios atentados, la violencia, a los grupos terroristas o potenciales atacantes, a través de inteligencia— pero no abate sus causas —pobreza, resentimiento, ignorancia, complejas luchas étnicas entre musulmanes, el despojo histórico de los pueblos islámicos, entre otros—, y más bien alimentó el fenómeno, lo hizo mutar y reproducirse —en los últimos años, 70% de las muertes por terrorismo son producto de atentados a manos de lobos solitarios—, sumergiendo en una espiral de violencia, miedo y muerte ya nos sólo a países en Oriente Medio, sino ahora también a buena parte de Europa.

Es momento, por tanto, de que las distintas naciones que abanderan esta causa, a través de las instancias del sistema de Naciones Unidas, hagan una severa revisión de las estrategia hasta ahora empleadas, porque ha quedado probado que la efectividad de las mismas para cumplir su cometido, ha sido escasa.

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