Hace no muchos años, si se hubiera preguntado a un estadounidense o a un cubano cuántas posibilidades había de que un presidente de EU visitara la isla, la respuesta automática habría sido: ninguna. No por supuestas enemistades históricas entre los pueblos, sino por la tozudez de una minoría en cada país que se aferraba a privilegiar viejas rencillas (políticamente rentables) por sobre las necesidades expresadas por la mayoría de sus representados.

Este domingo terminó ese sinsentido. Un presidente de Estados Unidos visitó Cuba por primera vez en 88 años, acto que selló un proceso de acercamiento que los jefes de Estado, Barack Obama y Raúl Castro, habían iniciado años antes pese al riesgo de presiones políticas internas dentro de sus respectivas estructuras de partido.

¿Habían de temer algo los presidentes? Sí, en Estados Unidos existe el temido lobby cubano, un grupo de exiliados y descendientes de éstos cuyo discurso conservador había doblado anteriores intentos de acercarse al gobierno de Castro. De hecho, son éstos junto con otros segmentos republicanos los que se siguen negando a cambiar la legislación para terminar con el embargo que aún se mantiene sobre la isla, así como la política de privilegio de la cual gozan los migrantes cubanos respecto de otros.

Por su parte, con un Fidel Castro todavía en el poder habría sido difícil imaginar el acercamiento actual. Su vejez ha permitido a Cuba realizar reformas económicas que contradicen el modelo comunista.

Una crítica a lo que se está dando estos días es que la visita de Obama a Cuba es mas simbólica que útil, pues del encuentro difícilmente resultará algún anuncio significativo. Sin embargo, en ocasiones los símbolos son más poderosos en la medida en que influyen en la percepción de que hay un determinado momento que puede considerarse un antes y un después en la historia. Un punto de quiebre. El izamiento de las banderas cubana y estadounidense en los territorios de cada uno, ocurrido apenas en agosto pasado, o las flexibilizaciones comerciales de las últimas semanas, no habían sido mensajes suficientemente fuertes de que las cosas cambiaron de verdad.

En términos pragmáticos, la flexibilización del último resabio de guerra fría logrará que Estados Unidos influya en la inminente apertura cubana al mundo. A su vez, el acercamiento dará oxigeno al gobierno de Raul Castro para lograr una transición en paz hacia una nueva generación de políticos locales, sin romper con el legado histórico castrista.

Todos ganan, salvo los duros que se beneficiaban del sinsentido de tratar al vecino como un enemigo, cuando en realidad había dejado de serlo al menos desde finales de los años 80.

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